Advertía Alex Grijelmo a través
de un reciente artículo publicado en El País [http://elpais.com/elpais/2015/07/17/opinion/1437130059_737532.html]
acerca de la evolución significativa del término cosmética: alejándose del original concepto de embellecer ha cobrado,
en ciertos contextos, un valor peyorativo cercano a superficial, tramposo, de
pura apariencia. En cualquier caso, remitiéndonos al origen etimológico de la
palabra, como hacía el propio Grijelmo (kosmetikos:
“relativo al adorno”), tanto nos da que ese adorno tienda a la belleza que al
disimulo. Es artificial en ambos sentidos.
No
necesitamos visitar a los Dragones del Pacífico para descubrir cierta tendencia
que pronto será universal en esta nueva Edad. Cuentan las informaciones que aproximadamente
un 20% de las surcoreanas se han sometido a cirugía estética y que, al parecer,
el éxito obtenido por el pop y las telenovelas de ese país en el resto de Asia
ha extendido el canon por otros países del continente. Tal es así que el sector
mueve en Corea del Sur 4.000 millones de euros al año. Por lo tanto, ya sea por
la magnitud económica, ya sea por el poderío creciente de lo oriental, nadie
debe dudar de que, tarde o temprano, también nosotros nos incorporaremos a ese
reino de mentiras con afán estético.
Mientras tanto, mientras superamos
el efecto negativo que la crisis financiera ha producido en los bolsillos y en
los establecimientos de cirugía estética en la vieja Europa, otros sucedáneos
con pretensiones similares nos invaden. No necesitamos visitar a los Dragones,
no, basta con pasear por las calles comerciales de nuestras ciudades. En ellas,
junto a las oficinas bancarias, siempre perennes, y a las franquicias de ida y
vuelta, una plaga de perfumerías, droguerías, ópticas y -¡oh, cielos!- establecimientos
de servicios odontológicos integrales se ha adueñado de los locales mejor
situados de la ciudad. Así mismo joyerías, aunque sus artículos sean las más de
las vece simple bisutería, gimnasios, clínicas para la depilación y enclaves
alimentarios más aparentes que nutritivos. También todo ese mar de productos y
ofertas cosméticas mueven millones de euros; también animan un consumo inducido
por ciertos cánones postizos; también hay un público que desearía, desde ese
marco provinciano, transportarse a los quirófanos low cost de Corea del Sur. O, mejor aún, que una legión de
cirujanos con ojos rasgados instalasen sus negocios al lado de toda esa otra
retahíla antes enunciada. Sin aranceles, sin fronteras, sin alambradas, sin
concertinas. Inmigración cualificada para dar gusto a un gusto sabiamente
manipulado.
En fin, en estos tiempos de
paradojas no podía faltar la que enfrenta el reclamo de la pureza con lo
puramente ficticio, el culto a lo natural con la inflación del afeite, la
sencillez obligada por la austeridad con el exceso de quienes nos pensamos un
día nuevos ricos y no soportamos la caída en la pobreza. De esa pugna saldrá,
está saliendo ya, una sociedad diferente. Y por lo que se ve hasta el momento
la balanza se inclina poco a poco hacia el lado cosmético. No es raro, pues,
que en medio de quiebras, procesos concursales, despidos y ruinas industriales,
“si hay un tipo de actividad que,
según el paisaje de nuestras ciudades, no parece haber sufrido con la crisis es
el dedicado a la estética en general, y a las uñas en particular”. Lo afirma
Cristina Manzano, directora de esglobal.
Publicado en Tam Tam Press, 14 agosto 2015
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