Pocos referentes se nos presentan
tan cargados de valor simbólico como esta pareja. Tanto da que se trate del
título de una película con niño protagonista que una liturgia religiosa, el pan
y el vino se acomodan a casi todo. No en vano, María Moliner recoge en su
diccionario, aparte de innumerables especificaciones de cada término, hasta
veintiséis locuciones para el primero y media docena para el segundo. Pues
bien, uno de esos dichos nos parece más que oportuno así para los tiempos
electorales en que andamos zambullidos como para el tratamiento de alguno de
los asuntos que en ese trance se soban y sobarán sin descanso.
Decimos al pan, pan y al vino, vino cuando pretendemos hablar claramente,
sin rodeos, aunque lo que se diga resulte fuerte o negativo para alguien. En
suma, cuando queremos llamar a las cosas por su nombre, sin disimulos y sin
tapujos. Más o menos lo contrario de lo que define al lenguaje electoral
corriente y cansino con que son azotados los electores sin piedad. No todo el
lenguaje electoral, claro, pero sí una gran parte de él. Incluso hasta cuando
se pretende vender un producto de dudoso gusto, donde lo normal es rizar el
rizo, tal y como hemos observado por ejemplo con el candidato del PP en las
elecciones catalanas. Es curioso que se le presente como la encarnación de la
campechanía y que sea elogiado por su sinceridad y por decir las cosas claras.
Es curioso porque en lo único en lo que se ha expresado con precisión ha sido
en su actitud hostil frente al mundo de la inmigración, pero no así en otras
materias, donde el suyo no es un lenguaje diferente al del resto de sus
correligionarios. Dudoso blasón, pues.
Estos correligionarios, como otros
de diferente fe, colocan el empleo entre sus prioridades y lo hacen en general
con la mayor de las imprecisiones, a lo bruto, como si semejante devoción no
obligase a ritos concretos, a enunciados precisos, a sermones menos solemnes y
más realistas. Con pedagogía y sin truco.
Citemos el caso del Alcalde de León,
tan exquisito con la imagen como impreciso con las palabras. Con motivo de la presentación
de un informe sobre la actividad económica elaborado por el ILDEFE, concedió
una ceremoniosa rueda de prensa para destacar que el empleo y el crecimiento
mejoraron durante el último año en la ciudad de León y en su alfoz. Menos mal
que mejoraron, pensaremos, aunque no se nos explique a costa de qué o de quién
ni se valore el antes y el después de ese dato. El informe, o lo contado sobre
el informe, se limita a realizar un corte sincrónico sin cruzar su medida con
otro eje temporal dinámico que nos descubra toda la realidad. Lo que veríamos
en ese nuevo y más ajustado dibujo es que León, la provincia y la capital sobre
todo, ha perdido desde 2007 la mitad de su población activa de entre 16 y 19
años.
Esa sí es una información relevante
para entender el presente y aventurar el futuro. Una información confirmada
además por la última Encuesta de Población Activa, que nos dice que más de un
tercio de la reducción del desempleo no se debe a que toda esa gente haya
encontrado empleo, sino que una buena parte ha dejado de buscarlo; por la edad,
por desánimo o por la elevada emigración, tanto al extranjero como a otras
comunidades autónomas. Es decir, que la población activa ha experimentado un gran cambio en su composición por
edades a lo largo de estos últimos años, lo cual también hay que contarlo. Si
consideramos el periodo de crisis, en Castilla y León el número de personas
activas de 16 a 34 años ha descendido desde el segundo trimestre de 2007 hasta
el segundo trimestre de 2015: en un 50% los de 16 a 19 años, en un 40,9% los de
20 a 24 años y en un 24,5% los de 25 a 34 años. Por el contrario las personas activas
de más de 35 años han aumentado en ese mismo periodo, de tal manera que se ha
producido un progresivo envejecimiento de la población en actitud y disposición
de trabajar. Esto es en definitiva lo que hay que explicar si queremos llamar
al pan, pan y al vino, vino.
Y
este panorama no mejorará, ni mucho menos, con los gastrobares que se anuncian para la vieja estación del ferrocarril
(¡hay que ver el cielo que le tenían prometido!). ¿De verdad que el Ministerio
de Fomento, el Ayuntamiento o quien sea no tienen mejores ocurrencias que ésa
para un aprovechamiento productivo de ese espacio abandonado? ¿Es que sólo la
hostelería y el turismo son el cielo que a nosotros nos prometen y con lo que
van a rescatar a toda esa población que se nos ha ido? ¿Acaso desconocen que si
la población decrece y la oferta crece, los primeros perjudicados serán los
pequeños emprendedores locales a los que dicen mimar, tal y como sucede con el
comercio y las grandes superficies? ¿Son los sueldos de la hostelería un
ingreso tan suculento como para confiar en que contaremos con legiones de
gourmets o hablamos de instalaciones de élite y para élites?
En
fin, es lo que señalábamos al principio: el pan y el vino valen para casi todo.
Menos mal que no nos condenan a pan y agua, aunque con esas ideas todo llegará.
Más vale que las cosas estén claras y el chocolate espeso.
Publicado en Diario de León, 18 agosto 2015
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