Conviene comparar las emociones que
vivimos los habitantes de la vieja Europa durante el pasado verano a causa de
la crisis de los refugiados con la actualidad hostil de este fin de año.
Entonces hubo manifestaciones, amplios gestos de solidaridad general, brazos
abiertos… y hasta Angela Merkel pareció una madre coraje. Hoy, si repasamos
solo los titulares de un diario nacional aparecidos en los primeros días del
mes de diciembre, encontraremos la siguiente retahíla penosa: la UE ofrece más dinero a
África para que contenga la inmigración; el sueño europeo se ha desvanecido;
Eslovenia empieza a construir barreras en la frontera con Croacia; miles de
personas quedan varadas en la frontera entre Macedonia y Grecia; la ONU alerta
de la falta de atención a la salud de las refugiadas; la UE plantea ampliar a
dos años los controles en sus fronteras interiores; Turquía detiene a 1.400
migrantes tras la firma del acuerdo con la UE. Y así sucesivamente.
Cabe preguntarse, pues, por lo que
ha ocurrido en ese tránsito temporal para que el paisaje humano se haya
modificado de un modo tan notable y, seguramente, todos podremos enunciar
algunas claves de dicho cambio: que si el terrorismo, que si la avalancha, que
si la limitada capacidad de acogida, que si el control de las fronteras… Lo que
sea, sobrarán razones para explicar lo sucedido cuando ya alguien había
decidido convertir una tragedia humana en una parodia al estilo de lo que filmó
Luis García Berlanga en su película Plácido
allá por 1961: donde entonces se trataba de sentar un pobre en la mesa
navideña, todos quisimos ahora compartir nuestra vida con un sirio. Digo sirios
porque ésa fue la primera criba que propusieron los poderes para ordenar el
tráfico de masas, no valía cualquier cosa y mucho menos si se trataba de un
migrante normal y corriente, sin pedigrí y sin carga bélica para lavar nuestras
conciencias. Aunque al final ni sirios.
Por eso, de un modo berlanguiano,
podríamos concluir que el resultado de la catástrofe ha producido mucho más
polvo que paja y, desde luego, mucho más que grano, aludiendo a la expresión
referida a la tarea de aventar el cereal y trillarlo en la era. Se separaba
entonces el grano –lo útil, lo valioso- de la paja –lo inútil, lo superficial-
y el polvo era el acompañante incómodo de esa labor. Nosotros, los europeos y
europeas, nos hemos perdido una vez más en el polvo y nos hemos quedado tan
anchos mientras el drama continúa bien alejado, intencionadamente alejado, del
primer plano.
Pero he aquí que otras noticias
simultáneas deberían movernos de nuevo a la reflexión. Por ejemplo, la que nos
advierte de que España ha batido el récord en emigración desde el inicio de la
crisis a pesar de la supuesta recuperación económica: en el primer semestre de
este año más de 50.000 españoles y españolas se han ido al extranjero, un 30%
más que en 2014. Y es que todos en cierta manera somos refugiados en busca de
algún refugio, no importa si las guerras que nos llevan y nos traen son de
naturaleza armada o financiera, si los movimientos se producen por represión
política o por asfixia climática, si somos hijos o hijas de la miseria o de la
locura. Lo que está claro es que somos, todos, mucho más que polvo y mucho más
que paja, que es el máximo valor que la Unión Europea ha concedido a los
refugiados y a los migrantes, tanto da.
Sea como fuere, lo mismo que la
ciudadanía se situó por delante de los estados hace meses, así acaba de ocurrir
ahora con la representación sindical, patronal y de otras organizaciones
civiles que forman parte del Comité Económico y Social Europeo (CESE) que acaba
de superar también a los gobiernos. En su seno y con enorme mayoría se ha
llevado a cabo otra importante labor de trilla en cuanto a qué se debe
considerar país de origen seguro para otorgar el status de refugiado. Y se dice
en el dictamen que, entre otros criterios, deberá garantizarse en ellos el
pleno respeto de todos los Derechos Humanos, incluidos el respeto y la
protección a la igualdad de género, de los colectivos LGTBI y de las minoría
étnicas o culturales. Es dudoso, por tanto, que se puedan considerar seguros,
tal y como pretende la Comisión Europea, países como Kosovo, Albania, Turquía,
Serbia, Bosnia, Montenegro y Macedonia El CESE aprobó también a mediados de este mes
una resolución sobre la crisis de los refugiados en la que se vuelve a defender
la necesidad de cumplir la legislación internacional que obliga a la acogida y
de adoptar urgentemente una posición común de la UE que incluya la
redistribución de los refugiados por países.
Son noticias de interés sobre un
asunto que no debe ni puede perder actualidad, a pesar de que ya no llame la
atención de los medios de comunicación. Y son tareas destacables que nos acercan
mucho más al grano que a la paja y al polvo con los que se envolvió la crisis y
se le permitió luego diluirse a medida que fueron progresando posiciones
profundamente reaccionarias, cuando no xenófobas o racistas, en el ánimo de los
gobiernos.
Publicado en Diario de León, 22 diciembre 2015
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