Cuando se visita la localidad
leonesa de Valencia de Don Juan, es fácil reconocer en ella los rasgos típicos
de una mediana población rural, con cierto afán industrial y comercial y que
ejerce, además, como cabecera de comarca. Entre ellos, a nadie extraña, mientras
pasea por sus calles, toparse con carteles y letreros del siguiente tipo: “Now
Academy”, “Paradise Home”, “Outlet. Restos de stock”… Tampoco sorprenderá,
claro, observar cómo, a orillas del Esla, algún aficionado a eso del running se
detiene para enviar un whatsapp o un tuit, justo antes de abrevar en un bar de
la zona, donde los parroquianos escuchan e incluso tararean estribillos como
estos: “Don't
call my name, / Don't call my name, Alejandro / I'm not your babe, / I'm not
your babe, Fernando” o “Rama la din don / Rama lama din din don / Rama lama
lama lama lama din don”. En fin, rasgos típicos, decimos, de una población
rural leonesa a estas alturas de la historia.
Sin embargo, su Alcalde, y por si
fuera poco también Presidente de la Diputación Provincial, se mostró molesto
hace unas semanas cuando visitó el Senado español, adonde había acudido para asistir
a un debate sobre diputaciones. Tanto es así que a su regreso declaró: “Cada
uno habla el idioma que le da la gana”. Y acto seguido calificó las
intervenciones de los senadores como “bochornosas y lamentables”, pues le
pareció “vergonzoso” que se utilizaran las distintas lenguas oficiales del
Estado en una cámara que, por otra parte, califican como territorial.
En fin, aparte de la evidencia
cotidiana de que hay lenguas bien vistas y lenguas mal vistas, lo que el citado
Alcalde nos enseñan es que son muchos todavía los que valoran la realidad en
clave imperial, nacionalista se dice ahora, como si continuásemos instalados en
aquellos siglos gloriosos que llevaron a Antonio Nebrija a escribir en el
prólogo de su Gramática de la
Lengua Castellana: "que siempre la lengua fue compañera del Imperio, y de tal manera
lo siguió, que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron, y después junta
va a ser la caída de entrambos". Esto último es especialmente importante:
el batacazo de la lengua, no tanto porque malamente conviva con otras lenguas
romances o no en esta península, sino porque otro imperio y otra lengua
acompañándole han acabado imponiendo su norma y su costumbre con total
naturalidad, tal y como se puede apreciar con sólo pasear por el municipio que
gobierna este señor tan lingüísticamente indignado.
Aunque
otra explicación posible de ese enojo y de otros parecidos en nuestro entorno
es el simple desconocimiento: desdeñar las lenguas como herramientas de
comunicación y convertirlas en banderas, en fronteras, en armas arrojadizas, en
enfermedad o en ofensa. Así sucede de un modo más que habitual y no sólo en las
riberas del Esla. Las razones últimas de tal proceder las explica como nadie el filólogo e historiador Francisco Rico: “No sé si en las
escuelas se presta la atención adecuada a las lenguas de todas las naciones que
conviven en cada una de las regiones españolas. Es diáfano en cambio que el Estado
no ha sabido asumir y favorecer su conocimiento. Sería un despropósito que un
parlamento no privilegiara el empleo del idioma común. Pero esa evidencia
utilitaria no quita que haya muchos otros caminos para promover nuestra
multiplicidad lingüística”.
Ese déficit del Estado resulta más
que evidente en la nula pedagogía ejercida por sus representantes, desde muchos
miembros de los diferentes gobiernos hasta numerosos presidentes de Diputación
o concejales. Convendría que midieran un poco más sus palabras o que se
concediesen a sí mismos un mayor grado de educación. Con ello ganaríamos todos
en lo que hace al respeto entre diferentes que al cabo son iguales. A
continuación, no estaría nada mal favorecer el conocimiento de nuestras lenguas
como se hace con otras aparentemente más prestigiadas. Por ejemplo, motivando
su estudio más allá de sus contornos naturales, reservando frecuencias en el
espacio digital para que todos tengamos acceso a las cadenas autonómicas o animando
de un modo decidido el intercambio cultural y lingüístico entre las naciones a
las que se refiere Rico. En suma, hacérnoslas familiares. Advertiría entonces
el señor Majo y otros como él que la comprensión es relativamente sencilla si
se está libre de prejuicios y de afanes imperiales, aunque exija un esfuerzo,
como lo exige de hecho todo crecimiento en nuestro saber. Conseguiríamos así
que, junto a las canciones de Lady Gaga y de Rocky Sharpe, nuestro vecindario tararee
con absoluta naturalidad melodías de Manel, de Gatibu o de Antón Reixa, por
ejemplo. Estaríamos entonces ante un acontecimiento verdaderamente
revolucionario para la convivencia en este Estado o lo que sea.
Publicado en Diario de León, 10 mayo 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario