Idos
por fin los aromas del incienso y del orujo que tanto nos han abrumado a final
de marzo y superada de paso la quimera del turismo de crucifijo y porrón, bueno
es volver a la realidad corriente y moliente que, ésa sí, nunca nos abandona.
Un
repaso comparado de la Encuesta de Población Activa entre 2008 y 2015, los años
de la debacle inconclusa, nos descubre el verdadero tufo que respira la
provincia. Por ejemplo los más jóvenes de la provincia. Es precisamente en la
franja de edad entre 16 y 24 años donde mejor se advierte que hemos perdido el
presente y también el futuro. No otra es la consecuencia de un descenso brutal
de la población activa joven (trabajando o buscando un empleo activamente) de
hasta el 47’5%. Pero es que, además, la pérdida total de población de esas
edades (incluidos los estudiantes o los excluidos de todo sistema) ha
descendido en conjunto un 19%, con lo que triplicamos la caída habida en el
plano nacional.
Y
si nos fijamos en la situación laboral de esos jóvenes activos lo que
encontramos tampoco es para echar al vuelo las campanas. Sólo un 55% están
ocupados, más de la mitad de ellos con un contrato temporal y, en su mayoría,
en el sector servicios, el que reúne los mayores rasgos de precariedad en la
contratación. Otras características que conocemos a través de los datos
oficiales es que la práctica totalidad es empleo asalariado (el 93%) y que, de
éstos, un 36% son contratados a tiempo parcial. Sabemos también que las mujeres
se ocupan mayoritariamente en el comercio, mientras que los hombres lo hacen en
la hostelería, es decir, sectores sin apenas cualificación.
Muy
dudoso es, pues, que, de acercarse a la provincia leonesa, se le ocurriese a
Rubén Darío hablar de la juventud como de un divino tesoro. Ni el adjetivo ni
el sustantivo se pueden soportar ante un panorama como el descrito, que, por
otra parte, es sólo un pequeño fragmento de nuestra imagen global. Ésa que sólo
puede olvidarse mediante notables dosis de incienso y de orujo.
Publicado en La Nueva Crónica, 5 abril 2016
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