Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 14 de abril de 2024

Guerra

            Se habla tanto de ella como se practica: la guerra. La creíamos desterrada del horizonte inmediato y poco nos importaban aquellas que se libraban más allá de nuestro entorno. Parecíamos inmunes a sus males, una enfermedad superada, un mal sueño. Llegamos incluso a creernos el lema pastoril que nos invitaba a hacer el amor en su lugar. Nos engañábamos. Tanto que el nuevo estruendo de guerras que no son ajenas nos estremece y nos asusta. Nos despierta y nos obliga a pensar.

 

            Pensar, por ejemplo, en que Europa, casi definitivamente orillada en el mapa mundial como potencia económica y política, recupera en este siglo dos de sus rasgos de identidad eternos, la violencia y la guerra, los cuales supimos exportar con buena nota al resto del mundo. Junto a ellos dos, nos caracterizaron la cultura, siempre, y, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el llamado modelo social, hoy decadente frente al neocapitalismo. Cabe preguntarse, pues, si la cultura puede seguir siendo, volver a ser, la materia que nos salve de las desdichas, proporcione cohesión interior al continente y nos sirva de proyección exterior suficiente.

 

            Con toda sinceridad, tengo mis dudas de que así vaya a ser. La cultura, para los nuevos sátrapas, no es otra cosa que el lujo, el exceso, el oropel y el boato neoimperial, mientras que para el común de los mortales apenas si entra en las conversaciones cotidianas y en las situaciones domésticas, por mucho que se empeñe Carlos del Amor en lo contrario. Sólo el fútbol provoca pasión o permite al menos nombrar algún personaje actual reconocible de otros países europeos. ¿Quién citaríamos de Portugal, quién de Francia o de Italia, quién de Alemania o de Irlanda por no irnos más al Este? Ni siquiera alienta hoy una cultura antibelicista como la que tomó las calles y casi todos los escenarios ante la guerra de Irak hace apenas veinte años, por no remontarnos al clamor anti-OTAN de mediados de la década los ochenta. Así que, sí, preparémonos cuanto antes para la guerra.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 14 abril 2024

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