Ser demócrata es ante todo ser antifascista. No hay medias tintas. No hay adversativas ni perífrasis ni titubeos. O se es o no se es. Hay otras expresiones y militancias que soportan la gradación, aunque al cabo sean igual de irrespirables: confesarse católico no practicante por si acaso, declararse apolítico o echar gaseosa al buen vino. Pero en materia de principios democráticos el antifascismo es el primer mandamiento, si se peca en eso se peca en todo lo demás. Y luego hablamos.
Pienso en ello al leer la noticia, terrible, de que el gobierno valenciano ha ordenado retirar de la formación al profesorado un curso sobre antifascismo porque “la ideología debe estar fuera de las aulas”. Así nos va y así nos irá de continuar por esa senda claramente ideológica. Paradojas del saber. ¿Cómo se puede hablar de valores democráticos al alumnado si no se les explica cuál es su principal agresor, cómo actúa, cuáles son sus antecedentes históricos, adónde conduce a la postre y quiénes lo encarnan? Por supuesto que es ideología, la democracia es una ideología, qué es si no, ¿una etiqueta sin más? ¿un decorado? ¿una herencia etimológica griega? Hay principios que son principios y no vale comportarse con ellos como un mal alumno marxiano. Sí vale, en cambio, rectificar, ser otra cosa, mudar de traje, pero en tales casos conviene así mismo ser coherente y reconocer lo que se es, no vivir de lo que se fue o de lo que nunca se fue y soportar cuanto conlleva. No disimular. No engañar. No confundir. Por más que las ideologías también evolucionen.
Y ser demócrata, es decir, antifascista, es serlo en todo trance y situación, ya hablemos del contexto político, ya lo hagamos del espacio de lo doméstico. Tampoco en esto último valen disimulos ni trampa ni cartón. Se es demócrata a carta cabal, a cuerpo, sin clandestinidades. Y, en paralelo, eso mismo se exige del antifascista. Son lecciones muy sencillas, ésas que precisamente trata de obviar el ejemplar gobierno valenciano y alguno más.
Publicado en La Nueva Crónica, 27 julio 2025
Muy cierto. Pero estamos tan acostumbrados a hablar y vivir una democracia aguada, devaluada....que nos lo creemos todo sobre ella. Muy triste..
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