¡Cuántas
veces habremos oído que la realidad supera a la ficción y, sin embargo, no
dejamos por ello de asombrarnos ante algunos episodios extraordinarios que se
cuelan en nuestras vidas corrientes! En esa senda de lo inusual, la música
también suele ser generadora de extraños divorcios entre lo previsible y lo
sorprendente, máxime si, como ocurre a veces, algunos individuos hacen de ella
un elemento motivador de sus vidas hasta extremos, digamos, sobresalientes. Así
juzgue lo sucedido hace unas semanas en la ciudad de Valladolid con un
encuentro que vino a coronar una historia a todas luces fuera de lo normal.
Muy
cerca de la mezquita de la Calle San Martín de esa ciudad, un individuo vendía
cedés que tenía colocados sobre una vulgar mesita de camping. Me acerqué y
comprobé que eran discos de Yusuf Islam, el nombre con el que quiso bautizarse
Cat Stevens al convertirse a la religión musulmana a finales de los años 70,
después de una carrera comercial muy digna como compositor y cantante acústico.
Hablé con el vendedor y no me fue difícil reconocerlo a pesar de las huellas de
la edad y de los ritos externos propios también de su misma fe. Fue uno de los
nuestros en aquella juventud iniciática, alguien que, según recordé de inmediato,
había hecho precisamente de su admiración por Stevens toda una mitología
personal. Se había enganchado a uno de sus álbumes, «Teaser and the firecat», y
lo escuchaba constantemente leyendo las letras en inglés impresas en la
carpeta. Fue tal su adicción que acabó yéndose a Salamanca para estudiar
Filología Inglesa, momento en el que le perdí la pista.
“Sí,
yo soy como él, al igual que tú / y no puedo decirle qué hacer. / Como todos
los demás, / estoy buscando a través de lo que he escuchado”. Así cantaba el gato Stevens en Tuesday’s dead y así había procedido aquel
colega que –me contó-, después de sus años en la universidad, se había largado
con su inglés a cuestas hasta las raíces del ídolo en la isla de Chipre.
Saltando de isla en isla, entre el Mediterráneo y el Egeo, pasó un par de
décadas hasta retornar depurado a sus propios orígenes, en la provincia
vallisoletana. Como era de esperar, acabó convertido al Islam apurando el
ejemplo de su modelo, a quien continuaba sirviendo con la venta de discos. Me confesó,
eso sí, que nunca había coincidido con él, que ni siquiera lo había intentado,
que no hubiera podido soportarlo y que le era suficiente con aquel platonismo
iluso que llenaba toda su vida. Le compré uno de aquellos discos, le conté algo
de mí y de los nuestros y nos despedimos sin más. Y mientras me alejaba, volví
a entonar inevitablemente su canción favorita: “Muéstrame lo que yo no he visto
para aliviar mi mente. / Porque yo aprenderé a comprender / si tengo una mano
que me ayude”.
En
fin, «Teaser and the firecat», editado en 1971, donde se incluía Tuesday’s
dead, fue un disco
decisivo para nosotros, como bien se podrá comprender. Incluyó también otra de
las canciones mágicas de Cat Stevens, Morning has broken, posiblemente la que más atención
mereció en los jukebox y en los bailes agarrados del momento. Por razones
obvias, hemos preferido en esta ocasión quedarnos con este martes
muerto. http://www.youtube.com/watch?v=-0a-1e6Xktk
Publicado en genetikarockradio.com, 18 agosto 2013
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