Apenas
quince días atrás las olas mediterráneas bailaban con ritmos reggae y una
manada de jóvenes se rebozaba como croquetas en la arena y en esas mismas
melodías. Era el Festival Rototom, uno de los más vistosos del verano, donde
las músicas de origen jamaicano eran devoradas con fervor por la multitud como
lo más natural del mundo, sin importar condición, procedencia o tribu. Sin
embargo, no siempre fue así. El advenimiento de Bob Marley entre nosotros,
palurdos mesetarios de los años setenta, fue mucho más tímido y, curiosamente,
vino ligado por igual tanto al poder de aquellas canciones como al envoltorio
místico de sus mensajes: “Hay una mística natural soplando a través del aire; /
si escuchas con cuidado ahora tú lo oirás. / Esta podría ser la primera
trompeta, como también podría ser la última. / Muchos más tendrán que sufrir /
Muchos más tendrán que morir, no me preguntes por qué”.
En
realidad, escuchábamos atónitos esas letras y otras consignas paralelas que nos
llevaban a indagar en una realidad oculta o simplemente desconocida. Como
cuando Marley afirmaba que “el rasta no cree, el rasta sabe. Es cuando crees
cuando puedes hacerte polvo” o “yo no estoy del lado de los negros ni del lado
de los blancos, estoy del lado de Dios”. Como cuando nos preguntábamos entonces
por ese Dios que, según el cantante, resultaba ser un tal Haile Selassie,
último emperador etíope, y nosotros buscábamos en nuestras cabezas y de Etiopía
sólo sabíamos algo sobre un atleta extraordinario, Abebe Bikila, dos veces
ganador de la maratón olímpica. Y Marley insistía: “No me veo como jamaicano.
Me veo como rasta porque soy rasta. Jamaica es Jamaica. ¡Como hombre soy
rasta!”. Y resulta que nosotros no teníamos ni idea de Jamaica, ni siquiera
existía Usain Bolt, qué le íbamos a hacer, y lo más cercano a aquello que
habíamos escuchado era una vieja canción de Harry Belafonte sobre los
cargadores de bananas en los muelles, Day-O, que mucho más tarde rescataría
Tim Burton para la película Beetlejuice. Pero no era lo mismo, claro.
“Las
cosas no son como solían ser. / No diré ninguna mentira: / todos y cada uno
tienen que enfrentar la realidad actual. / Aunque he tratado de encontrar la
respuesta a todas las preguntas, / aunque sé que es imposible vivir a través
del pasado, / no digas ninguna mentira”. Así que nos envolvíamos en aquellos
ropajes textuales y simbólicos y nos dejábamos ir en el descubrimiento y en la
admiración, más o menos como habrá hecho esa fauna heterogénea hace quince días
en Benicàssim, posiblemente mejor informada sobre los preceptos del reggae o
posiblemente ni siquiera. En este último caso, habrán disfrutado con toda
seguridad de esas músicas, pero habrán perdido una vez más las letras, como
suele ocurrir en estos tiempos de simplificación y banalidad. “Hay una mística
natural soplando a través del aire. / No diré ninguna mentira. / Si escuchas
con cuidado ahora tú lo oirás”.
En
fin, tal y como señala la periodista canadiense Michael Woodsworth, “Bob Marley
era polifacético: un visionario del tercer mundo y una estrella del pop del
primero, un profeta de la revolución nacional y un mensajero de la paz global,
un rastafari místico y un amante lascivo”. «Exodus», editado en 1977, donde se
incluyó Natural mystic, fue el disco que mejor pudo reflejar esas identidades. http://www.youtube.com/watch?v=VkndVzfOeRc
Publicado en genetikarockradio.com, 31 agosto 2013
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