Nunca
sonaron en un jukebox y, sin embargo, en aquellos tiempos gloriosos
popularizaron melodías televisivas sin discusión ni competencia. Apenas
actuaron en directo ni hicieron campañas de difusión para sus grabaciones, pero
se convirtieron en influencia decisiva al menos para los músicos de la década
de los ochenta, además de para sus primeros contemporáneos. No fueron objeto de
atención mediática, aunque sí de culto. Peregrinaron de compañía en compañía
discográfica porque nunca encontraban asiento y hoy aquellos discos son materia
de coleccionista, no barata precisamente, y se sitúan en los principales
altares de la memoria musical española. Pasaron desapercibidas y, no obstante,
el pop español no hubiera sido el mismo sin ellas. Ése es el caso de Vainica
Doble, a quienes podría atribuírseles el mismo título que ellas dieron a su
cuarto álbum, nuestro eslabón perdido.
Por
eso, cuando se pretende romper los pesados moldes del mercado, es preciso ser
muy escrupuloso también en las formas, como lo fueron ellas. Para empezar, se
trataba de un dúo formado por mujeres, Carmen Santonja y Gloria Van Aersen, dos
antidivas, opuestas al famoseo y al lucimiento. Su propuesta musical era todo
lo contrario de lo esperable según los cánones de aquella España, a medio
camino entre la juglaría, el rock y el combate. Y, eso sí, en absoluto aisladas
de las veredas por las que circulaban las corrientes artísticas más arriesgadas
del momento, desde la música al cine, sin olvidar las artes gráficas. De todo
ello, en fin, es ejemplo Déjame vivir con alegría y el disco grandes donde tuvo
acogida, «Contracorriente», en el que convive con las ilustraciones de Iván
Zulueta y con la banda sonora de la película Furtivos de José Luis Borau, que también ellas compusieron.
No hay mejor resumen de su contenido que lo dicho por Fernando Márquez El Zurdo
(La Mode): “Son la lucidez y la
imaginación; y con lucidez y con imaginación no se envejece nunca”.
Déjame
vivir con alegría,
junto a Eso no lo manda nadie, es ante todo una reivindicación de la libertad,
pero no a la manera de los cantautores con los que convivían; es decir, sin
doctrina y con absoluta naturalidad: “Déjame que
descanse un rato al sol, / déjame vivir con alegría, / si he pescado bastante
para hoy, / mañana será otro día, / no faltará un caracol”. Es, además, un
experimento melódico, como tantos otros que ellas protagonizaron, en este caso
merced a la colaboración psicodélica del sitar a cargo de Gualberto, uno de
aquellos músicos de la factoría andaluza, tan relevante entonces como casi
ignorado hoy. Y es, en suma, el perfecto ejemplo de un estilo inclasificable
pero necesario, que vino a ser definido de la manera más adecuada por el
escritor Caballero Bonald: “Las Vainicas alternan el sermón con el
cachondeo. Se ríen de su sombra más sangrienta, no encuentran ninguna palabra
que rime con cursi, pero lo intentan con una desgana convenientemente
deliciosa. No buscan tiempo, lo tienen”.
Pues
eso, que nuestra canción en cuestión fue editada en el año de gracia de 1976
por el sello Gong-Movieplay, dentro de un LP concebido como un claro compromiso
contra la represión de todo tipo: política, familiar o sexual. Una auténtica
ruptura de moldes y convencionalismos más que precisa también en nuestros tiempos.
http://www.youtube.com/watch?v=C6dNv7rKYfY
Publicado en genetikarockradio.com, 2 agosto 2013
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