De
modo que una vez superada la anestesia navideña, la cual, visto el derroche en
escarchas y espumillones, ha
debido resultar especialmente beneficiosa para los bazares chinos, hemos
entrado, pienso, en la cuesta abajo. Hace años, mejores años que éstos incluso,
solía hablarse de la cuesta de enero como la tendencia natural de este mes de
rebajas y subidas de precios más o menos generales. Ahora ya no, ahora ya no se
sabe ni cuándo hay rebajas y, según los informativos oficiales, que son
prácticamente todos, tampoco hay cuesta arriba, sino más bien un suave descenso
hacia el paraíso electoral que nos aguarda.
2015,
el año del espejismo, ha comenzado como procede, con casi todos los indicadores
a la baja y con el poder adquisitivo de salarios y pensiones dicen que en
pompa. Bajan las primas y las bolsas, bajan el petróleo y el euro, baja la
inflación y hasta el desempleo. Si no fuera por el yogur griego y por nuestro
acné político juvenil la euforia sería mayúscula. Es más, si no hubiese
subsaharianos asaltando la valla de Melilla o sirios desesperados atravesando
el Mediterráneo, todo nos iría mucho mejor, quién lo duda. Que suban los
billetes de los trenes de cercanías o media distancia, que son los que usa el
común de los mortales, no tiene relevancia; al fin y al cabo, si no pensáramos
mal, comprenderíamos que son ingresos necesarios para que la alta velocidad
selecta se acomode a los ritmos de las campañas y disfrute de votantes
indecisos. Lo mismo que carece de importancia que se eleve el IVA de equipos
médicos, instrumental sanitario y productos farmacéuticos, porque al cabo lo
compensa la rebaja fiscal que favorecerá el consumo de chucherías en zocos sin
límite horario.
Así
son ahora las cosas, cuesta abajo y sin frenos a través del relato idílico de
la recuperación. Francamente, debo confesar que la única pendiente que no tiene
dobleces es la que canta Serrat: “vamos bajando la cuesta, que arriba en mi
calle se acabó la fiesta”. Pero ése es otro negociado.
Publicado en La Nueva Crónica, 13 enero 2015
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