En
el dominio de los tópicos, los llamados propósitos y buenos deseos que acarrea
el año nuevo no son de los menores. Por lo general, se esfuman con la misma
velocidad que las uvas bajo el sonido de las campanas. Sin embargo, esa
necesidad de reinventarse que corre paralela a la superación de cualquier
frontera en el calendario se expresa también y cada vez con más fuerza en los
lindes entre edades por donde venimos transitando.
Ser
otro es casi una necesidad existencial, máxime si se tiene en cuenta el
malestar que nos abruma y la insatisfacción con el entorno en que habitamos. Lo
otro es materia de lo nuevo necesariamente, pero en nuestro caso es además un
rechazo de lo viejo que ya consideramos agotado. A ello atribuimos parte de
nuestra desdicha y por ese motivo buscamos ansiosamente un nuevo rol, una nueva
profesión con futuro, un nuevo líder, un nuevo régimen. Y así hasta la
saciedad, que es lo peor que les puede ocurrir por otra parte a las
enfermedades del ansia. Tanto es así que hasta las novedades editoriales se
hacen eco de esta no-moda y en todos los cenáculos se habla del último libro de
Cercas. Y hasta Vargas Llosa lanza un artículo para referirse al protagonista
de ese libro y al “pequeño Nicolás” como el colofón de La era de los
impostores [http://elpais.com/elpais/2014/12/11/opinion/1418316858_779129.html].
Dice el peruano “la ficción ha sustituido a la realidad en el mundo que vivimos
y los mediocres personajes del mundo real no nos interesan. Los fabuladores,
sí”.
En
suma, así como hubo un tiempo sartreano en que el otro era el enemigo, hoy el
otro es el ídolo que aspiramos ser para dejar de ser lo que somos, en muchos
casos ceniza apenas de lo que hemos sido. Políticamente, ese pensamiento se
traduce en la negación básica de lo anterior como origen de los desastres
actuales, lo cual en parte es cierto, y en la reivindicación de lo casto frente
a la casta. No importa la carga ideológica, mejor incluso si no la hay pues es
sinónimo de ancestral, ni el currículum, también objeto de cuestión por
viciado. Importa la novedad, lo distinto, lo no trillado si es que lo hay.
Ahora bien, ¿cabe pensar en un proceso histórico sin historia? Todos querríamos
a veces hacer borrón y cuenta nueva, mas ¿se puede envasar al vacío la realidad
como un embutido para llevar?
El
problema es que los otros modelos que vienen imponiéndose son bastante rancios.
Lo es el otro nuevo modelo laboral desde que la globalización recuperó la
esclavitud. Lo es el otro nuevo modelo democrático sometido al designio de los
no elegidos. Lo es el otro nuevo modelo social sustentado una vez más en la
caridad, en el subsidio y en la asistencia. De ahí que las más de las veces
nuestro afán de otredad acabe
convirtiéndose en una pura farsa o en sombra de lo que fuimos. De ahí así mismo
que triunfen los fantasmas, como el joven Nicolás, o que el gran teatro del
mundo no sea ni lo uno ni lo otro. ¿Se puede ser otro sin uno? Posiblemente
ésta sea la clave de la nueva edad: progresar sin renunciar, lo cual no quita
para que podamos y debamos filtrar todas nuestras impurezas.
Obama
era otro, evidente, respecto al resto de presidentes estadounidenses, pero al
cabo ha resultado ser bastante corriente. Su eslogan, que suena antiguo por más
que muchos lo hayan adoptado por acá, también fue otro: “yes we can”. Su
advenimiento se nos apareció como un signo de la nueva edad que inauguraba otra
historia. Sin embargo, ahí siguen Guantánamo, los papeles de WikiLeaks y de
Snowden e Irak o Afganistán
desangrándose. También son señales de la poscontemporaneidad.
Publicado en Tam Tam Press, 4 enero 2015
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