Pongámonos en situación y supongamos por un momento
que nos llega una melodía de fondo [http://animalplamet.blogspot.com.es/2010/09/kostia-winter-ride.html].
Se trata de Winter ride, composición del músico ruso Konstantin Efimov, más conocido como
Kostia. Supongamos así mismo que nos entretenemos en la lectura de un poema de
Ángel González titulado El invierno y que de él extraemos unos versos: “El invierno / de
lunas anchas y pequeños días / está sobre nosotros. Hace tiempo / yo era niño y
nevaba mucho, / mucho…”. Supongamos, en fin, que ése es precisamente el
decorado que Moderato Cantábile ha dispuesto en este capítulo para abordar el asunto
de cabecera, el de la estación fría por antonomasia. Así que, puestos en
situación, adentrémonos en ello.
Cuentan que Hades, dios del inframundo, secuestró a
Perséfone para hacerla su esposa. Zeus le ordenó que la devolviera y se la
entregase a Deméter, su madre, diosa de la tierra. Sin embargo, Hades engañó a
Perséfone y le hizo comer la comida de los muertos, por lo que Zeus acabó
ordenando a Perséfone que pasase seis meses con Deméter y seis meses con Hades.
Durante el tiempo en que su hija permanecía con Hades, Deméter se entristecía
tanto que con ello provocaba el otoño y el invierno.
Es ésta una forma no como cualquier otra de explicar
la llegada y el reino del invierno. Nosotros, seres prosaicos, dejamos caer
simplemente las hojas del calendario como en un proceso que nada ni nadie puede
evitar: a un mes le sucede el siguiente; y a éste, una nueva semana, otra
estación, otras fechas con otros ritos y otros ritmos. Pero el invierno, al
igual que las demás estaciones, es también materia literaria tal y como
acabamos de comprobar. Por un lado, la mitología y sus fábulas tan
esclarecedoras; por otro, Ángel González, ejemplo de poesía recogida como
obligan las temperaturas. Mas también, no se olvide, por ahí se andan los
cuentos más perversos de Charles Dickens y su cohorte de sufridores o un texto
de Rosalía de Castro, que acomoda el tiempo de invierno a una ausencia de
retorno imposible: Cando era tempo de inverno, interpretado por Amancio Prada y María
Dolores Pradera [http://www.youtube.com/watch?v=6pj7yOi4Nd8].
En fin, que el invierno es época de recogimiento nadie lo duda y, naturalmente,
genera textos de abrigo y poemas de bufanda. O, en todo caso, permite que al
amor de la lumbre, como en antiguos filandones, se amasen relatos que no
soportarían otros momentos del año. Más o menos como hace Charly García con sus
Confesiones de invierno [https://www.youtube.com/watch?v=rMP2Voi4B_Q].
Bien, el caso es que tres son las cualidades que
definen al invierno, al menos en nuestro hemisferio. Y, lo mismo que para la
estación en términos generales, para ellas también el cancionero tiene su
especial compartimento.
El frío es el tópico elemento invernal, aunque sus
contornos se extiendan mucho más allá de esos meses oscuros y sea éste un
sustantivo o un adjetivo de muy amplio espectro. Por eso no nos merece más
precisión que la que marque en su caso el termómetro o anuncien los partes
meteorológicos. De hecho, existen otros fríos mucho más heladores y más
difíciles de combatir que no hay termostato que los resista, como los de
Navajita Plateá y su Frío sin ti [https://www.youtube.com/watch?v=SKBp9a30TqY].
Junto al frío, el sol, por más contradictorio que
pueda parecernos. Tanto es así que su posición condiciona como ningún otro
factor la evolución de las estaciones, y en este caso es precisamente cuando su
altura al mediodía resulta mínima frente a la Tierra, lo que lleva a los días a
la menor longitud y a la ausencia de calor natural. En Europa, ante la llegada
del solsticio, y desde tiempos prerromanos, se han realizado diversas
celebraciones rituales. Las culturas romana y celta, conocedoras de que a
partir de esa fecha los días empezaban a alargarse, lo asociaban a un triunfo
del sol sobre las tinieblas, lo que venían a celebrar encendiendo hogueras. La
nuestra la vuelven a atizan unos individuos alemanes, Ramstein, con su Somne [https://www.youtube.com/watch?v=PHkcxeRaa8g].
Y después del frío y del sol, la nieve, el fenómeno
meteorológico invernal por excelencia. O al menos así lo era antes de que se
nos viniese encima el dichos calentamiento global. Tan característica es o era
de estos tiempos que incluso se acuñó el término deportes de invierno para todos aquellos ligados a la época de las
nieves, aunque para muchos de nosotros –es un suponer- los únicos deportes de
nieve que conocimos fueran montar en un trineo lo más rudimentario posible,
hacer muñecos no muy vistosos o armar guerras de bolas en el patio del colegio
para deleite de maestros y maestras. Luego todo se hizo mucho más sofisticado,
coincidiendo más o menos con la paulatina agonía del meteoro. De manera que sea como tenga que ser, pero que
florezcan siempre las Roses in the snow, según nos lo canta Emmylou Harris [https://www.youtube.com/watch?v=RalmbOEN5FA].
Así pues, como es nuestra costumbre, hemos vuelto a
demostrar el poder evocador que para la lírica (no otra cosa son las canciones)
tiene el invierno, bien crudo, bien cocinado. Nuestra lista de cantables así lo
atestigua. Además, para su cierre hemos seleccionado una pequeña colección sin
otro asidero argumental que sus propios títulos. En cualquier caso, le añadimos
toda nuestra recomendación. Por ejemplo, no dejemos de escuchar por estas
fechas Winterwood
de Don McLean [http://www.youtube.com/watch?v=6RqJNpe6otk],
una de las mejores compañías para los meteoros adversos. Lo mismo que Winter
song de Dóver [http://www.youtube.com/watch?v=cl2JsRrHE2U],
una especie de aguardiente que calienta los sentidos. Y, naturalmente, Enfants
d’hiver, el álbum grabado
por Jane Birkin en 2008 [http://www.deezer.com/album/302598],
cuyas canciones resultan tan hermosa como cargadas de nostalgia, atravesadas,
se diría, por la intemperie del invierno, el real y el fabulado, como ocurría
con nuestro poeta de cabecera, Ángel González; dice ella: “Hay un lugar
inverificable, / inaccesible / como los muertos. / Yo he pasado la vida
buscándolo”.
Publicado en Saba 7, enero 2015
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