Gatos y liebres se confunden desde
antiguo en la literatura gastronómica de acuerdo con la necesidad o con el
engaño. Se confunden y son confundidos, tal es su semejanza una vez desollados
los bichos y más aún en adobo. Incluso cuentan que no hay forma de
distinguirlos si se preparan con arroz.
Lo cierto es que este trueque
culinario nos ha acompañado a lo largo de la historia, desde que era muestra de
picardía en hosterías y ventas hasta que se convirtió en recurso contra el
hambre en tiempos de posguerra. Así hasta aterrizar en el vocabulario popular
como un dicho que significa engaño, en particular cuando se da algo muy
diferente a lo solicitado o prometido, normalmente de bastante peor condición. Y
el resultado final de todo ese guiso, tamizado por las costumbres y los vicios
de la tribu, es que en la actualidad se llevan los gatos mucho más que las
liebres, tal y como corresponde a una época sucedánea.
La diferencia, no obstante, reside
hoy en que, junto a la picardía y a la necesidad, se añaden a las causas de la
mentira numerosas otras fuentes que hacen de la adulteración moneda común se
mire donde se mire. Sobre la picardía, llamada hoy directamente corrupción,
poco hay que explicar. Tampoco sobre la necesidad que obliga al embuste,
llamado hoy economía sumergida o informal. De todo ello soportamos un cansino
discurrir en la vida cotidiana y en las noticias corrientes.
Pero en otro orden de cosas, la
mayor estafa que nos han vendido y con la que nos han engañado sutilmente
durante las décadas de la llamada modernidad es la presumida movilidad social e
igualdad de oportunidades. No existe tal conquista, sino puro simulacro.
Sépase, mediante un ejemplo histórico y ligeramente alejado para no herir
susceptibilidades, que las familias más ricas de la ciudad de Florencia son
ahora las mismas que hace seiscientos años, según lo atestigua un estudio de
dos investigadores del Banco de Italia titulado “¿Cuál es tu apellido? La movilidad intergeneracional en los últimos
seis siglos”. Pues bien, según esto, cabe preguntarse, por si alguien lo
quisiera investigar, qué ocurre en nuestro país, y una mínima observación nos mostraría
que quienes ocupan hoy el poder, salvo advenedizos, son los descendientes de
las mismas familias que nos gobernaron en la etapa no democrática anterior, así
en lo político como en lo económico. Quizá en ello resida también, se nos
ocurre, alguna explicación sobre por qué la derecha española sólo sabe gobernar
con mayoría férrea y se hace acreedora del desprecio de aquellos que ella misma
menosprecia: lo lleva en los genes.
En otros términos mucho más
próximos, genéticos y propensos al fraude son así mismo los males endémicos del
mercado laboral español, siempre caracterizado, independientemente de que haya
crisis o no, por altas tasas de desempleo, excesiva temporalidad, brechas de
desigualdad y notable siniestralidad laboral. Estos males no pasarán, salvo que
se produzca una revolución en el modelo que no se espera. De hecho, se han
acentuado aún más con la crisis y tienden a la perennidad. De tal manera que,
cuando hablamos del trabajo, es muy conveniente saber lo que es gato y lo que
es liebre, y no vender magnitudes desnudas como si todo fuera lo mismo. Una
buena Ministra de Empleo debería explicar estos pormenores para, acto seguido,
poder actuar sobre ellos en lugar de ignorarlos con retóricas ufanas. Lo mismo
que debería advertirnos de que un nuevo gato salvaje nos acecha: la
digitalización. De ello se derivarán, se derivan ya, nuevos desempleos y nuevos
empleos insospechados, exigencias de formación a la que no alcanzarán nuestros
parados y paradas sin cualificación, jornadas laborales anywhere y anytime,
sociedades bipolares que distancien todavía más el talento de los llamados commodities y, en fin, novedosos
conceptos de empleados y empleadores.
Nunca fue tan necesario, pues, a
pesar de lo que se lleva, distinguir entre gatos y liebres. En esta materia
última y en tantas otras, sobre todo en un mundo donde predomina la mojama y la
conserva y donde muchos medios, desde los tradicionales hasta la internet toda,
resultan tan útiles en la cazuela como el arroz. Observen el entorno inmediato
y pregúntense qué fue el golpe de estado en Turquía, ¿lepórido o felino?; qué
los pokemon o el cielo que nos tienen
prometido; qué fueron las armas de destrucción masiva o qué tipo de animal se
esconde tras el montaje comercial de los Juegos Olímpicos; si son gatos o
liebres los cortejos de gobierno, los bazares chinos o el último modelo puesto
en el mercado por la firma Volkswagen. En fin, lo decía doña María Zambrano:
“el corazón del hombre necesita creer algo y cree mentiras cuando no encuentra
verdades que creer”.
Publicado en Diario de León, 14 agosto 2016
Pedazo artículo. Gracias por esta ilustración tan didáctica.
ResponderEliminar