Obligados
por el drama, examinamos regularmente la evolución del desempleo buscando
alguna salida del pozo o una señal verdadera para un nuevo mapa laboral. Sin
embargo, no hacemos lo mismo con las empresas, o no de forma tan generalizada,
a pesar de que en ellas, y en el impulso público, reside buena parte de lo que
son o hayan de ser nuestros trabajos. De modo que, analizados hace quince días
algunos aspectos del empleo público, podemos fijar ahora nuestra atención en el
Directorio Central de Empresas,
publicación reciente del Instituto Nacional de Estadística con datos referidos
a enero de 2016.
Una
ligera ojeada permite descubrir que, de existir, la recuperación empresarial en
la provincia leonesa es casi imperceptible, con apenas un crecimiento del 0’1%
respecto al año anterior. También es muy relevante saber que más de la mitad de
nuestras empresas no tienen asalariados. Que sólo 19 de las 31.427 totales
tienen una magnitud notable, es decir, que superan las 200 personas empleadas.
Y que, naturalmente, vistas las cifras anteriores, su condición jurídica
mayoritaria es la de simples personas físicas (un 50’3%), seguida de las
sociedades de responsabilidad limitada (un 35’6%). Sólo un 5’5% son sociedades
anónimas.
En
suma, un tejido empresarial más bien débil, como casi todo lo nuestro, y sin
perspectivas de cambio a corto plazo. En muchos casos un bocado tentador para
otras empresas de fuera y de más envergadura que pretendan limitar la
competencia: así ocurrió con Elmar,
por ejemplo, y así esta sucediendo con Manantiales
de León. Porque la competitividad puede nacernos de la innovación, y
también hay ejemplos muy notables de ello, pero se necesita tamaño en todos los
sentidos, no sólo para conquistar mercados nacionales e internacionales, sino y
sobre todo para generar empleo y riqueza, que al cabo es lo que esta provincia
depauperada necesita. Máxime cuando todo indica que el sector público, por
causa del déficit, está llamado de nuevo a otra dosis de ajustes.
Publicado en La Nueva Crónica, 9 julio 2016
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