Hace aproximadamente un mes, con
motivo de la entrega de los Premios Princesa de Asturias, Mary Beard,
galardonada en el área de Ciencias Sociales, nos enseñó que “no ser capaces de pensar
de forma histórica hace que seamos todos ciudadanos empobrecidos”.
Esta lección, aplicable a la vida en
general, es muy útil para enfocar sin prejuicios el fenómeno de los movimientos
de población, ya hablemos de personas migrantes, ya lo hagamos de aquellas que
persiguen un refugio o un asilo. Pocas diferencias existen entre unas y otras. De
este modo, con la perspectiva que aconseja la profesora inglesa, descubriremos
de inmediato que todos formamos parte en mayor o menor medida de esos vaivenes
humanos. Ni el pintoresco Presidente de los Estados Unidos y su familia se
salvan. Al cabo, las migraciones han sido, son y serán un motor de la evolución
histórica, por más que se levanten muros, alambradas o leyes inhumanas.
Basta hacer memoria para descubrir
de inmediato nuestro propio rastro en esos ires y venires de gente. Desde un
familiar perdido en Hannover allá por los años sesenta hasta un joven ingeniero
que conquista ahora los vientos daneses. Por el medio queda nuestra primera
visita a Burdeos, en los años 80, y el hallazgo de aquellos bares cercanos a la
Gare Saint-Jean, donde servían aceitunas y se jugaba a las cartas, donde los
parroquianos eran españoles llegados a aquel destino a causa del hambre, del
exilio o de otras huidas. Gentes, supimos en posteriores viajes, que en buena
parte procedían de tierras aragonesas donde, años después, Julio Llamazares
asentó su novela La lluvia amarilla.
Gentes integradas y desintegradas en la sociedad de acogida que generaron vida
y construyeron historia por igual a un lado y a otro de las fronteras. Gentes
corrientes.
Reconocer esa condición, junto a la
dimensión temporal, es otro soporte imprescindible para el pensamiento bien
orientado. Es ese punto de vista el que nos permitirá luchar contra las
leyendas y los convencionalismos que anidan en la sociedad actual y que son el
germen, debidamente alimentado por ideologías ultraconservadoras, de toda la
discriminación, de todo el racismo y de toda la mala baba que nos envenena.
Cierto es que el trabajo, como ocurrió en su momento con los parroquianos de la
ciudad de Burdeos, debería convertirse en el principal elemento para la
integración y la convivencia. Mas en estos tiempos, donde ése es un bien escaso
y maltratado, no deberíamos equivocarnos y ver en el otro tanto a un competidor
como a un aliado frente al verdadero y común adversario: las doctrinas que
olvidan a las personas para consagrarse a las estadísticas y a los beneficios.
Por otro lado, contra la creencia
interesada que busca engrandecer los recelos, bueno es saber la verdadera
magnitud de los números en la provincia leonesa: sólo el 3’99% de su población
es de origen extranjero. No puede ser, por tanto, cifra tan ligera la raíz de
nuestros males, sino otro tipo de amputaciones presupuestarias y mentales.
Publicado en El Día de León, 20 noviembre 2016
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