Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 4 de agosto de 2019

Nombres


            Si se lee la prensa y se repasan los nombres que protagonizan buena parte de los titulares, sus rasgos personales y peripecias públicas, es muy probable que se llegue a dudar de si lo que se tiene entre manos es un periódico o una novela de terror para entretener estos tiempos estivales. Más aún, si se comparan dichos nombres con otros que los precedieron, sus biografías y sus pensamientos, de lo que no habrá dudas es de que esta edad que vivimos es una edad bruta, que no cesa de incorporar nuevos monstruos a la escena, como sucedía en aquellas horribles paradas circenses de siglos atrás: hombres elefantes, mujeres barbudas y demás seres deformes exhibidos sin pudor.

            El contraste de nombres entre el antes y el ahora ilustra también el contraste entre constructores que fueron de utopías y los que hoy se encargan del diseño de las nuevas distopías. Difícil es encontrar en nuestra edad nombres como los de Jean Monnet, Willy Brandt, Simone Weill, Nelson Mandela, Fidel Castro, Antonio Gramsci…, independientemente de sus aciertos prácticos. Si acaso lo que cabe suponer es que serán probablemente mujeres las constructoras de las nuevas utopías. Con ello, entiéndase bien, no decimos que el tiempo pasado haya sido mejor. Sería un error gravísimo y una enfermedad nostálgica. No olvidemos que el siglo XX fue también un siglo letal, “un siglo tempestuoso”, según tituló su último libro el historiador Álvaro Lozano. Pero es verdad que la Contemporánea fue una edad para la creación de utopías, lo cual, a juzgar por sus protagonistas, no parece ser el signo del presente ni el del inmediato porvenir.

            A nadie debe extrañar, pues, que en esta España nuestra sean también los nombres, sus cualificaciones e incompatibilidades, las razones últimas de la política, muy por delante de otras coyunturas muchos más sustanciales. Y en esto no somos diferentes de otros lugares: también aquí se ha producido, se produce de día en día, una severa degeneración de la onomástica y de sus encarnaciones.

Publicado en La Nueva Crónica, 4 agosto 2019
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