Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 1 de septiembre de 2019

Clima


Como auténticos replicantes, vemos cosas que jamás creeríamos: bosques y selvas devorados por las llamas más acá de Orión; el brillo en la oscuridad de los glaciares derretidos por el efecto invernadero y otros gases; tormentas enloquecidas como veraces fulguraciones solares; éxodos de capitales de estado para escapar del crecimiento de las agua junto a sequías devastadoras. Y, probablemente, todos esos momentos se perderán también en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. No sé si es hora de morir.

La historia podría ser ésta. O es ésta ya. Sólo los muy cerriles, los más necios de la humanidad se empeñan en negarla. Esos que precisamente constituyen también una perturbación más para el clima. No me refiero al clima en sentido estricto, el antes aludido en virtud de sus consecuencias más evidentes, sino ese otro que la Academia identifica con el ambiente y que equivale, según su diccionario, a condiciones o circunstancias que envuelven a las personas. En ello así mismo se pone de relieve el cambio climático. No de un modo físico, por supuesto, pero sí en el ánimo y en la convivencia. Era impensable en los últimos decenios asistir a un panorama político general tan caldeado y enrarecido, donde prevalece la ley del rumor y de las bofetadas dialécticas que arruinan los debates y convierten en usual el desprecio y el insulto. Un modelo que se traslada con facilidad a la vida corriente para hacer de ella también un espacio irrespirable, un clima tóxico y alienado, en medio del cual somos, sí, auténticos replicantes no se sabe bien de qué. Con toda probabilidad de nada sano.

Bien está, pues, que la preocupación por el clima real nos movilice y que todos, mayoritariamente, nos declaremos a favor de adoptar medidas que lo protejan. Otra cosa es qué medidas está dispuesto a adoptar cada cual. Pero, en cualquier caso, toda esa panoplia será incompleta si no le acompañan otras armas contra la majadería, el mal gusto, la estridencia y la memez que nos gobiernan y nos contagian.

Publicado en La Nueva Crónica, 1 septiembre 2019

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