Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 11 de octubre de 2020

Siglas

 


            Casi tan antiguas como la escritura son las siglas, esa abreviación gráfica formada por el conjunto de letras iniciales de una expresión compleja, según dicta la Real Academia. Testimonio de los tiempos remotos de nuestra civilización son algunas que ya, venida a menos eso que llamaban cultura general, apenas si son identificables: SPQR, INRI, entre las más notables.

 

Sólo en las últimas décadas, en parte por el influjo de la imaginería publicitaria, en parte por la explosión de la burocracia, su utilización se ha hecho masiva. Tanto que uno abre el periódico local cualquier día, lo hojea y descubre esta posible retahíla en la sucesión de titulares: ULE, DUE, IGC, AECC, UME… Soluciones para una expresión compleja, decía la Academia, pero no menos complejo ha acabado siendo el lenguaje periodístico; y si un titular es un buen reclamo para llamar la atención, una sopa de letras es el mejor repelente para la lectura. No sé, algo dirán al respecto los libros de estilo a falta de aquel noble oficio de corrector que, como tantos otros en ese mundo digital, han acabado sustituidos por el corrector de Word. Ingenio diabólico.

 

El caso es que tres siglas se han enseñoreado de nuestra comunicación cotidiana y las usamos como si tal cosa: ERTE, EPI, PCR. Incluso sin saber exactamente sus significados llegamos a pluralizarlas como si se tratara de palabras comunes, al menos las dos primeras, con lo que deshacemos su carácter original. La tercera, por enrevesada, permanece estática, sea el resultado positivo o negativo (no obstante, también en la radio hay quien pronuncia peceerres). Por cierto, de esta es más difícil todavía conocer su sentido puesto que proviene del inglés directamente, lo cual no obsta para su manejo con soltura entre los hispanohablantes. Con lo sencillo que era un analís, expertos parecemos en la Reacción en Cadena de la Polimerasa. Es lo que tienen las siglas: son un elemento indispensable para el pastiche que ha venido a aplastar nuestra forma de entendernos.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 11 octubre 2020

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