Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 25 de septiembre de 2022

Hipérbole

            Casi todo tiende a la exageración. A finales del pasado siglo, esto es, en las postrimerías de la antigua edad, se imponían el minimalismo, lo desenchufado y el chill out, no importa a qué ámbitos se aplicasen dichos términos, como claras expresiones de un menor ruido y de un exceso limitado. En la nueva edad, hoy, todo es hiperbólico. Lo son los fenómenos naturales con sus desastres inabarcables a cuestas. Lo son las crisis de toda índole, la inflación y el lenguaje político desmesurado en muchos casos. Lo fue la sobredosis de festivales musicales veraniegos con su trajín de multitudes. Y lo ha sido, en fin, la muerte y funeral de una reina que ni nos va ni nos viene, pero que se vende y retransmite con todo el boato posible para que no haya escapatoria al papanatismo.

 

            La hipérbole es cosa barroca. Esta nueva edad es, por tanto, barroca también. En el fondo, detrás de tanta ostentación, adorno y formalismo inflado hay vacío o disimulo y, por lo general, ocultan la deficiencia en contenido, en significado y en mensaje. Ya su simple definición habla de exceso y de exageración. Pero, si somos precisos, reconoceremos en ella la figura literaria que consiste en un énfasis puramente retórico, aunque el problema radique en que no todo el mundo la utiliza con afán estilístico ni habilidades se tenga para ello. De ahí que en numerosas ocasiones se nos aparezca como un barroco superfluo, también sin estilo, también sin gusto. La hipérbole es entonces doblemente excesiva, que es lo común en numerosos canales de comunicación, sean redes, sean medios, sean conversaciones sin más.

 

            A mi juicio, discutible, solo hay dos seres hiperbólicos verdaderamente admirables: Homero y Bruce Springsteen. Lo demás es plagio o aportación humilde al género, como hicieran Góngora y Quevedo. Así pues, si fuéramos capaces de reconocer los límites propios y de la figura, quizá sería posible rectificar y aplicarla con mayor modestia. Difícil, me temo, en este mundo de estruendo, chaparrón y artificio.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 25 septiembre 2022

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