Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 19 de octubre de 2025

Galias

            Todo era más sencillo de comprender en tiempos de Astérix y Obélix. Aparte de que se dopaban legalmente con pócimas mágicas y de que se alimentaban a base de jabalíes, sus adversarios, los romanos, eran externos y además estaban locos. O no tanto. Podemos contrastar la visión que nos proporcionaron Goscinny y Uderzo con la que, más dramático, nos brindó Julio César en La guerra de las Galias y, seguramente, tendremos un juicio un poco más equilibrado.

 

            No como ahora, que, según dicen, no hay quien se aclare con lo que sucede en Francia. Hay quien, no sé por qué, me pide opinión al respecto, quizá por mi francofilia declarada, e incluso mi amigo Christophe Dubois me sugiere que elija uno de entre los siguientes adjetivos para definir el panorama de la política francesa: esperpéntica, grotesca, extravagante, disparatada, desatinada, ridícula, tragicómica, lamentable, deprimente, afligente, desoladora, lastimosa… También los franceses dudan de sí mismos y no es para menos.

 

            Porque Francia, a pesar de todos sus oropeles, o quizá por eso mismo, siempre despista. Nunca es lo que parece o lo que, merced a lugares comunes, suponemos que parece. ¿Acaso nos cuadra en su modelo de cortesía ¡ah, la politesse! la historia terrible de Gisèle Pelicot? ¿No fueron los educados servicios secretos franceses, gobernados por Mitterrand, los que hundieron el Rainbow Warrior en las costas de Nueva Zelanda por asomarse a sus experimentos nucleares? ¿No fue Francia, en 1981, el último país de la Europa civilizada en abolir la pena de muerte? ¿No ganó De Gaulle las elecciones que siguieron a las revueltas del utópico y fracasado mayo de 1968? Eso es Francia: un país eternamente embebido en La Marsellesa, que en verdad sólo les sirve para incrementar su fervor futbolístico. Encima, el París Saint-Germain, entrenado por un tal Luis Enrique, ganó la última Liga de Campeones.

 

            De modo que no, no hay quien lo explique. Como los sentimientos. Si acaso Georges Brassens: il n’y a pas d’amour heureux.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 19 octubre 2025

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