Cada vez que se nos muere alguien entrañable el aroma del incienso nos aproxima inevitablemente a nuestros muertos más cercanos. Me ocurrió con Pablo Guerrero hace un mes y, además de leer sus obituarios, me entretuve revisando viejas entrevistas con él hasta que di con una, del año 2021, que nos ofrece un titular imprescindible para andar por la vida y por la muerte: “Quiero pensar que no somos sólo un montón de vísceras”. Eso decía el cantante extremeño.
Cinco años se han cumplido desde que hiciese mutis por el foro nuestro amigo Hilario Franco y, exagerando sin exagerar, quedara desierta la escena para muchos de nosotros. Gracias precisamente a que no somos sólo vísceras, aún seguimos acusando el golpe y lo combatimos con un ejercicio de memoria que yo, privilegiado por ello, traigo a esta columna año tras año por estas fechas. Esto es, procuro que la muerte no sea del todo el final. Otros optan por llevar flores a los cementerios en días como estos; hay quien prefiere dedicar una misa de cabo de año; y hay quien directamente olvida. Todo vale, incluso el no recuerdo si es intencionado, para vencer a lo visceral e imaginar que la obra continúa su representación sobre el escenario del mundo.
Hilario fue así mismo un buen actor. No en el sentido teatral, aunque también, sino y sobre todo actor de la vida y de los pasajes vitales que le tocaron en gracia. Cumplió, por tanto, con esa obligación que todos contraemos por el simple hecho de existir: establecer compromisos, tejer vínculos y protagonizar modestamente la historia al alcance. En eso consiste la existencia si no es un fraude. Y por eso mismo se produce la desnudez en el plató cuando alguno de los que han sido artistas fundamentales del drama desaparecen. Entonces, para acercarse a lo perenne, sólo nos queda el recuerdo como una nueva construcción y repetir mientras paseamos alguna canción antes compartida. Por ejemplo, aquella que nos enseñó el bueno de Pablo Guerrero: “para huir de la muerte nos amaremos”.
