Pongámonos prosaicos y hablemos del precio de los huevos, que es tanto como hablar del capitalismo especulativo salvaje adonde hemos sido arrojados, no importa que atendamos al precio de la vivienda, al de la hostelería o al de la alimentación. Por qué suben los huevos, nos preguntamos todos y casi todo el entorno apunta a la gripe aviar como causa, aparte de otros trapicheos corrientes de los intermediarios. No digo yo que una y otra razón no estén por el medio y cubran con ello el mal obrar de otros acaparadores que pasan desapercibidos. Me refiero a quienes compran granjas a diestra y siniestra y monopolizan ese mercado.
Eso sucede y no se cuenta porque el mercado es libre y santo, ya se sabe, y se autorregula. Pero no es tan libre ni tan santo si alguien, sirviéndose de debilidades sobrevenidas, en este caso la dichosa gripe, se hace con casi todo el pastel y establece sus propias condiciones regulatorias: o lo tomas o lo dejas. Porque no se trata de un comportamiento mercantil dadivoso ni salvador de ruinas ajenas, sino de pura y simple apropiación, más o menos de forma parecida a como actúan los llamados fondos buitre en el mercado de la vivienda. Aunque en nuestro caso no sólo para jugar con los precios, sino para combatir de paso legislaciones que velan por cierto bienestar sanitario de las aves acorraladas: si tú me exiges medidas, yo acumulo y restrinjo el flujo de mercancías. Por eso suben los huevos, aunque de ello no se hable.
Frente a este tipo de abusos, tratándose además de productos básicos, sólo cabe la intervención del mercado. Suena a comunista, pero incluso el emperador estadounidense obra así y nadie se espanta ni osa llamarle bolivariano. Claro, tampoco allí hay una Ester Muñoz o un Miguel Tellado con lenguas tan flojas. Actuar, pues, sobre el precio de los alimentos y de la vivienda es la única receta sin andarse con paños calientes, que al cabo es lo que ocurre, eso sí, por aquí. Es una cuestión de huevos y de otras materias menos polisémicas.

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