Se habla de la juventud a la ligera, pero categorizando. Se insiste en las dificultades a las que los jóvenes han de hacer frente para emanciparse. Se les tilda de desinformados y de adoptar posturas políticas y sociales reaccionarias. Se les dibuja, en fin, como una realidad nueva y sorpresiva, como si no hubiese existido antes esa etapa de la vida y no hubiésemos pasado por ella cuantos hoy nos asombramos por cómo son esos jóvenes. Convendría ampliar el foco para ser un poco más atinados en nuestro juicio. Citaré únicamente dos muestras.
Para empezar, baste una mirada cercana en el territorio. En 2003 un diario local publicaba la siguiente información: “El 30% de los alumnos de Ponferrada cree que el sexo no consentido en la pareja no es violencia”; y seguía: “Casi el 50% de los jóvenes de sexo masculino considera que se puede justificar al maltratador”. ¿Por qué tenemos entonces la sensación de que esas opiniones recalcitrantes son solo fruto de hoy en día? ¿Quizá porque olvidamos cómo fuimos y no hemos progresado lo que pensábamos que habíamos progresado?
Y, para seguir, algo un poco más distante. Leo una entrevista con Greg Norton, miembro del grupo Hüsker Dü, una mítica banda de hardcore que, según la crítica, cambio el rumbo del rock alternativo en la década de los 80. Dice, entre otras cosas: “No es que fuésemos unos chicos airados, sólo nos sentíamos frustrados. En aquel momento ser joven podía ser duro”. Aquel momento era la era Reagan. ¿Por qué entonces consideramos que es la juventud actual la única que padece un contexto adverso? ¿Quizá porque los miramos con nuestros ojos de seres maduros revenidos?
Tal vez, como apunta mi amigo Alberto Novoa, debiéramos desprendernos de la visión romántica o nostálgica para reconocer que sí, que hay jóvenes solidarios, inconformistas, abiertos, integradores y conscientes de las desigualdades sociales. Más o menos como fuimos y en los mismos porcentajes que lo fuimos.
Y que medios y redes no dieran tanto la matraca.

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