Blog de Ignacio Fernández

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martes, 22 de julio de 2014

Armstrong & Fitzgerald / Joplin / Kidjo


     Muchas son las canciones del verano perfectamente prescindibles. Sin embargo, hay otras canciones de verano (obsérvese la diferencia) que son algo así como la canción de la vida para muchos de nosotros. A veces por su pervivencia a pesar de las edades; en otras ocasiones porque evolucionan con nuestro existir. Pero una de ellas al menos aúna las dos vertientes: Summertime.

     La verdad es que, Sonatas de Vivaldi aparte, casi ningún otro cantable goza de esta cualidad: su evolución a lo largo de décadas es, salvando distancias, la misma evolución de nuestro existir y, para quienes nacimos y crecimos en la pasada centuria, su resistencia al ocaso es también algo así como el eco de nuestro propio ser. Ello a pesar de que su origen es bien remoto, pues la compuso Geroge Gershwin nada menos que en 1935 para la ópera «Porgy y Bess». Pero su relevancia es tal que si buceamos entre el montón de versiones que se han sucedido después, podremos reproducir a través suyo buena parte del itinerario de nuestras vidas.

     Empecemos por la que grabaron Louis Armstrong y Ella Fitzgerald a finales de los años 50. Como ellos dos, los nuestros eran entonces veranos en blanco y negro, veranos en sepia, veranos como mucho en rosa y amarillo, aquellos veranos de ayer que guardamos en nuestros álbumes de fotos y de canciones; o tal vez ni siquiera eso, tan sólo en la vaguedad del recuerdo. Éramos unos críos y nos llevaban de acá para allá, de las playas de Alicante a los arenales gallegos, de los domingos en Gijón a la verbena de Armunia. Y así, tal y como fuimos creciendo y sustituyendo esos paisajes por las playas de Llanes y de Torimbia y por los riscos de Tablada y Picos de Europa, del mismo modo aquella melodía fue poco a poco reemplazada por la que interpretara Janis Joplin ya en 1971 (el disco salió a la luz seis semanas después de su muerte). Luego, la impronta de los veranos con Janis ha perdurado durante bastantes años, exactamente el mismo tiempo que dura una juventud con límites cada vez más y más imprecisos; no importó que por el medio circularan también sucesivos arreglos por parte de Miles Davis, Lila Downs o incluso Marilyn Manson entre otros muchos. Solamente cuando descubrimos la recreación que hizo Angelique Kidjo al borde del presente siglo, supimos que habíamos llegado por fin a la edad adulta, a un nuevo verano sin retorno, bien a pesar de que no hayamos dejado de completar el escenario estival con nuevas estaciones en Berlín, en Braganza o en Bretaña.

     El caso es que, como acabamos de explicar con una sola muestra, la denostada etiqueta “canción del verano” tiene muchas otras acepciones y no precisamente despreciables. Decía el poeta Benjamín Prado que “todas las canciones terminan por ser tristes, por ser la banda sonora de algo que has perdido”. Tal vez sí o tal vez no. Lo cierto es que algunas de ellas escapan de esa maldición y van y vienen, como nosotros mismos, y son eternamente en nosotros. Aunque muten del mismo modo que lo hacemos los vulgares mortales.
L. ARMSTRONG & E. FITZGERALD: http://www.youtube.com/watch?v=LDF4_qVgbFU

Publicado en genetikarockradio.com, 22 julio 2014

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