El
caso es que en estas fechas de final de curso nunca cesan los disparates de
nutrir todas las antologías que ocurrírsenos pudieran. Los hay para todos los
gustos, puesto que exámenes, evaluaciones y pruebas de todo tipo se acumulan en
los albores del verano. Mas no es necesario ni mucho esfuerzo ni mucha
corrección para destacar algunas perlas de este género que provocan tanto
asombro como desazón. Máxime por venirnos de quienes nos vienen.
Véase
el caso del Presidente del Gobierno, hombre bien estudiao, como él mismo diría, y con sus títulos a la
espalda. Preguntado a la salida del Congreso de los Diputados, después de la
proclamación del nuevo Rey, sobre el tal acontecimiento, su respuesta fue
verdaderamente antológica: “ha sido un acto bonito”. Y no hubo más.
Véase
también el caso del Ministro de Industria, también individuo de posibles y
hasta abogado del Estado o similar. Interrogado en el periódico Cinco Días el
pasado 21 de junio acerca de las energías renovables, afirmó: “Si me apura, hay
países que están mirando al modelo de estándares de España para intentar
resolver el problema que también tienen con las renovables”. Repreguntó el
periodista: “¿Qué países?”, y sentenció el Ministro: “No lo sé aún”. Y se quedó
tan ancho.
¿De
qué nos sirven, pues, todas las adaptaciones curriculares, los programas de
apoyo, las clases particulares, las repeticiones de curso o la pedagogía toda
si el único adjetivo que se le ocurre a un Presidente de Gobierno es “bonito”?
¿De qué nos sirven años de enseñanza y de universidad si su único comentario
sobre un asunto que ha disparado un sinfín de polémicas es que se trata de “un
acto bonito”? ¿De qué nos sirven leyes, bolonias, becas, erasmus y demás si el
Ministro de Industria es capaz de retratarse de forma tan ignorante? ¿De qué
nos sirve semejante Presidente o semejante Ministro? Probablemente para poco
más que para hacernos llorar y para completar con excelencia una nueva edición
de cualquier antología del disparate.
Publicado en La Nueva Crónica, 1 julio 2014
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