Náufragos
en el mar de confusión, pasajera o permanente, de los tiempos
poscontemporáneos, las certidumbres se persiguen como el pan, como el techo o
como el trabajo, las otras tres carencias de la época. De modo que, sometidos
por el ansia o por la pura necesidad, dispares se nos muestran al cabo las
formalidades de esa búsqueda sedienta, algunas de las cuales ayudan también a
comprender este contexto torcido.
Obsérvese
el caso, por ejemplo, del individuo de color más bien oscuro que reparte por
las calles de esta ciudad de provincias octavillas con la siguiente
inscripción: “Maestro Sako. Auténtico vidente espiritual africano”. Léanse acto
seguido los diarios locales, e incluso nacionales, y repárese en el siguiente
titular repetido en varios formatos y ediciones: “¿Está el Santo Grial en
León?” (ABC 29/03/2014). Videntes, no cualquier vidente, y griales, no
cualquier grial, unidos pues por un azar que no necesariamente es tal, sino un
signo más de lo que apuntamos. Rarezas en suma para iluminar con una u otra fe
esta edad rara.
Sin
entrar en su verosimilitud, son asuntos los dos extraordinarios, impropios al
menos de la edad pretérita. Conservan de ella, sin embargo, la pervivencia del
hecho religioso en su vertiente más fantástica, una constante eterna del género
humano, ya se trate de lo curativo o milagroso, ya sea de lo mágico o místico
subido de tono. Uno y otro aúnan además el exotismo y la leyenda, modalidades
siempre exitosas para escapar de lo real y de lo inmediato, que se rechazan por
adversos. Mas lo extraño en verdad es este continente que los acoge, este
espacio eternamente monótono y repetido sobre sí mismo durante siglos, esta
ciudad de piedras muertas donde lo insólito, como mucho, eran sus peregrinos
jacobeos y donde las leyendas eran de lobos o de vírgenes aparecidas. Es el
nuevo mundo competitivo y transfronterizo el que ha aproximado hasta nuestras
puertas la espiritualidad africana y el que nos lleva a figurar que al interior
de ellas habita el cáliz divino que atraerá el fervor y la curiosidad de nuevas
masas viajeras. Es decir, el dinero.
Así
pues, donde fueron curanderos y confesores de toda la vida se sitúan hoy
adivinos y hechiceros; donde fue por siglos el gallo de San Isidoro, son ahora
las sagradas formas de un grial presuntamente sagrado. Todo, eso sí, con afán
de prolongar el hechizo sobre lo cotidiano y extenderlo en lo global para
importar visitantes: unos dejarán su óbolo, otros tratarán de recaudar el suyo,
todo un intercambio económico entre el más allá y el más acá con sede en un
geriátrico. No nos salvarán ni las industrias ni las tecnologías, no la harán
ni la ingeniería ni las humanidades, no: el futuro por estos páramos vuelve a
ser el pasado dado la vuelta. Las autoridades lo celebran ya encantadas,
mientras se zambullen a su vez en otro eslogan ajado –la cuna del
parlamentarismo-, y la ciudadanía toda
aguarda el zumo de ese cáliz también para bañarse en él. Lo dice el propio
Maestro Sako en su propaganda volandera: “no hay problema sin solución”, que es
lo mismo a la postre que recogía el refranero en sus sentencias: “el que no se
consuela es porque no quiere”. Por lo visto, hasta los refranes van a
convertirse en cronistas de la ultraposmodernidad.
Publicado en Tam Tam Press, 11 julio 2014
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