Como ustedes bien comprenderán, mi percepción
de los nombres propios es muy diferente a la suya. Será porque un servidor
vivió en una época donde todavía la onomástica era una ciencia en pañales,
mientras que para ustedes es un asunto tan corriente que ni siquiera se
entretienen en pensar en ello. Por ejemplo, no se les escapará, creo yo, que me
apellido de Tormes precisamente
por mis orígenes geográficos, pero no me llamo Lázaro por ser criado de ciegos, sino que el tiempo quiso
que fuese así llamado ese oficio merced a mi ejemplo, el de lazarillo. De todos
modos, supongo que para eso han estudiado, nadie ignorará que tuvieron un
antepasado en una herrería todos aquellos que se apellidan Herrero o que alguien hubo en el linaje de los Fernández que debió ser conocido como Fernando. Y así sucesivamente.
Por eso, no sé a ustedes, me choca tanto que se
apellide Mato su actual Ministra
de Sanidad, que lo haga de Guindos
el de Economía o que su principal banquero responda como Botín. Al menos en el siglo XVI aquellos que escribían
sobre su propia deshonra, como fue mi caso, acabábamos publicando esas obras de
forma anónima para darles verosimilitud, pues nadie hubiese admitido una
realidad tan adversa contada en primera persona. En cambio ustedes parecen no
tener empacho alguno en convivir con una ministra que no sólo no cura sino que
ajusticia, con un ministro que se dedica a hurtar o con un banquero que presume
del beneficio obtenido con el robo, el atraco o la estafa. En fin, allá cada
cual con sus artificios literarios.
El caso es que, hablando de usuras, lo que ya
me saca de quicio con solemnidad es lo de ese ente especulativo llamado CEISS: quien lo entienda, que lo compre. O quizá se trate
de eso precisamente, de que nadie entienda lo que se compra, como ocurre con
toda la economía moderna. Tan amigos como son ustedes de las marcas, etiquetas
y otros distintivos vistosos, hete aquí que han sacrificado mi España y mi Duero, nombres tan nobles ellos como bien identificados, por una sucesión
críptica de letras que nada dicen ni al bachiller más estudiado. Con que –marzo
era de 2010 por entonces- ya advertimos aquí que ese asunto de las cajas de
caudales arrojaría curiosos resultados y éste del nombre del entuerto no es
seguramente ni el menor ni el más inocente. Mas, como bien es conocido por
estos páramos, nadie dude de que también en esto hay algún gato encerrado, que
más de un listo vendrá a vendernos como sabrosa liebre.
Publicado en Notas Sindicales Digital, septiembre 2013
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