Continúan
abandonándonos esos que Bertolt Brecht, por su tesón en las luchas, llamaba los
imprescindibles. Parece que todo sigue igual, que después del susto y de los
llantos todo vuelve a su sitio, pero ése es el paisaje de la resignación y el
eco de lo inevitable. Porque cada vez que un imprescindible nos deja lo que
queda en su lugar es un vacío tan grande como la altura ejemplar que tuvo su
comportamiento.
Este
mes de septiembre nos trajo la noticia de que Ángel González se había dejado
morir, y nos conmovió tanto la noticia como el modo elegido para irse; aunque
si bien se piensa, ese aparente abandono no ha sido sino otro signo más de
rebeldía. Porque este hombre con nombre de poeta no descansará en paz,
seguramente: es algo inimaginable para cuantos le conocimos; con su eterno
cigarrillo entre los labios,
seguirá dado la vara, si es el caso, donde y a quien corresponda. Eso
sí, quienes alcanzarán la paz al fin serán todas las corporaciones municipales
leonesas, con las que nunca se casó y a las que siempre mantuvo, no importa su
color político, en un perenne desafío desde ese enclave orillado por todas
ellas que han sido y son las casas de Corea.
Desconozco
lo que hubo antes, pero sí sé que Ángel nos irrumpió en escena en los años
fértiles de las asociaciones de vecinos, mediada la década de los setenta, y
que nunca abandonó ni esa trinchera ni aquel espíritu primitivo. Coincidió en
aquellos tiempos primeros con un grupo notable de militantes vecinales que,
desde todos los barrios, empujaron con ahínco contra el último ayuntamiento
franquista y a favor de los primeros pasos democráticos. En esa lid andaba
junto a Lorenzo López Trigal, Juan Carlos Ponga, los Sabio (padre e hijo), José
Campal, José Luis Gómez… Una época en la que, además de por la libertad, se
luchaba contra el barro en las calles, contra la falta de escuelas y de
viviendas y contra un entorno verdaderamente hostil. Nada que ver, por cierto,
con las asociaciones de vecinos de hoy en día, salvo leves excepciones,
preocupadas casi en exclusiva por unas fiestas rancias y por reclamar más
policías.
Ángel (primero en la mesa) durante los trabajos del Laboratorio Urbano |
Aquello
se diluyó entre fuerzas centrífugas y otros aburguesamientos más o menos
generales, sin olvidar por supuesto la labor de zapa que los gobiernos
municipales de UCD y asimilados ejercieron sobre el movimiento vecinal en la
ciudad de León. Sólo, como una aldea gala, quedó en pie y resistiendo los
vaivenes la que sería y es Asociación de Vecinos Ventas-Oeste, de la que Ángel
era en estos últimos años su secretario. Merced a ello, precisamente, volvimos
a encontrarnos en el desarrollo del laboratorio urbano que llevó a cabo el
Ateneo Cultural “Jesús Pereda” de CCOO entre los años 2009 y 2011. Y allí
volvía a estar él, donde siempre había permanecido sin inmutarse, tan cascarrabias
como respetuoso, tan encogido en lo físico como altivo en su discurso,
aglutinando voluntades y demandando justicia para las personas y para su barrio
en conjunto, siempre olvidado a pesar de las décadas transcurridas. Y fue así
como volvimos a recorrer los caminos de la demanda y de la reivindicación,
incluso desde las manifestaciones que en 2012 convocó la Cumbre Social de León,
a la que también se sumó con su Asociación, contra los desmanes de todos
nuestros gobiernos, hasta que en los meses recientes acabó por ausentarse.
Y
ahora cuentan que se fue definitivamente y que esta calamidad, salvo para los
más cercanos, ha pasado casi desapercibida, como suele ocurrir en esta tierra
de falsos profetas. Llevemos, pues, la contraria a los cronistas oficiales, que
sólo entienden de las glorias vanas, y dejemos constancia de que la historia la
construyen en verdad mujeres y hombres sencillos como Ángel González, de quien
tanto hemos aprendido.
Publicado en Diario de León, 28 septiembre 2013
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