Entre
tantas inquietudes y desasosiegos, dos pronósticos pueden darse por cumplidos:
hay brotes y hay raíces. Poco importan los adjetivos que les adjudicaron ni si
las raíces son verdes y los brotes vigorosos o a la inversa. Lo único extraño
del proceso es que llegasen primero los brotes y luego las raíces, pero nadie
puede discutir que están ahí y han venido para quedarse. Gracias a ello y por
si todavía hubiese dudas, hemos de convenir también que los decires de Elena
Salgado y de Mariano Rajoy no sólo son consecuentes sino complementarios y que,
en suma, responden a un mismo proyecto de sociedad.
Hablamos
de una sociedad poscontemporánea que poco tendrá que ver con la que vivimos en
los mejores momentos del siglo pasado. España es, de hecho, un modelo de esa
involución, pero también la vieja Europa, que por algo la nombró así el muy
ilustrado George W. Bush. Si pensamos, por ejemplo, que las predicciones de la
OCDE incluso algunas veces se cumplen, habremos de tener en cuenta que esa
organización prevé que en 2050 Europa no pintará gran cosa en el concierto
internacional, ni en lo económico ni en lo político. ¿Cuál será el lugar, pues,
de aquel país que según el Presidente Zapatero jugaba en la Champions? ¿Habrá
Champions? Sobre cómo llegaremos a esa decrepitud tienen mucho que ver algunas
decisiones que se andan cocinando a oscuras, sobre las que conviene hacer luz.
Me refiero a la negociación del Tratado de Libre Comercio entre la Unión
Europea y los Estados Unidos (TTIP en inglés), algo así como el siguiente
eslabón en el florecimiento salvaje: después de brotes y raíces, llegará el
esplendor de las plantas carnívoras.
Esto
del Tratado parece un asunto del más allá, que no debiera tener incidencia
directa sobre nuestro ser cotidiano y minúsculo en el contexto global. Pero no
es así. Porque de confirmarse los objetivos con que trabajan los negociadores,
vuelven a estar en riesgo algunas bases que creíamos sólidas en nuestro modo de
vida: los derechos laborales (los que van quedando, que no es poca cosa frente
a lo que se avecina), la protección ambiental y la seguridad alimentaria, los
servicios públicos e incluso la soberanía democrática, ya de por sí bastante
mancillada a lo largo de los últimos años y de los últimos gobiernos. Es, en
suma, la barra libre para las grandes transnacionales.
Mas
no nos pongamos fatalistas, que es lo peor que podemos hacer en tal coyuntura.
Los tratados de comercio no son en sí un mal. Los pueblos siempre han
comerciado entre ellos, al menos cuando no se han hecho la guerra. Y bien está,
por tanto, gobernar una materia por lo general bastante desordenada y falta de
equilibrios. Ahora bien, para que su formalización fuese en beneficio de las
personas y no de los poderes oscuros, desde el punto de vista sindical habría
que reclamar varias condiciones que no están hoy por hoy en las agendas y
respetar los siguientes principios y normas: la transparencia ante todo; los
principales convenios de la OIT; las leyes y normas nacionales y regionales de
la Unión Europea que protegen los derechos de los trabajadores, en particular
las referidas a seguridad y salud en el trabajo; las normas que promueven la
seguridad energética y la protección del medio ambiente; la exclusión de los
servicios públicos y bienes comunes de las disposiciones del Tratado; el
establecimiento de procedimientos contra el fraude y la elusión fiscal; y la
participación en el seguimiento y control por parte de los interlocutores
sociales y otras organizaciones representativas de la sociedad civil. Es decir,
existen mimbres para hacer un buen caldero. Lo que no está claro es que exista
voluntad política para obrar de esa forma.
De
tal manera que, ante los enunciados anteriores, no estamos ante un asunto
menor, ni mucho menos. Y que tendrá su repercusión sin duda en lo local, pues
no es asunto sólo de despachos. Sin ir más lejos, atendiendo a algunas
potencialidades productivas de nuestro territorio, la agricultura sufrirá, lo
harán las redes de manufactura y comercialización agroalimentaria y lo hará así
mismo el espacio natural todo,
sometido a las reglas de la depredación sin barreras. Merece la pena, por
tanto, que los ciudadanos de esta provincia le echen una ojeada al contenido
del Tratado, lo que se sabe de él, y actúen en consecuencia. Será el único modo
de evitar que brotes, raíces y demás plantas carnívoras conviertan nuestras
vidas en una auténtica selva.
Publicado en Diario de León, 22 octubre 2014
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