La
creatividad incuestionable del pop español de los ochenta se prolonga de cuando
en cuando gracias a reediciones con afán nostálgico, pero también con la
recreación de algunos himnos que los convierte en imperecederos. Por esa vía
saltan épocas o estilos, e incluso se reinterpretan a la luz de los nuevos
tiempos, no siempre espléndidos.
De
hecho, algo que advertimos al comparar, lo que no deja de ser una estupidez, es
que, al lado de la fiebre creativa, existía entonces una intención de
divertimento que dudosamente encontramos en la actualidad. Las canciones y los
grupos son en esta nueva edad demasiado serios, crípticos incluso. No es raro
que el inglés sea en muchos casos su idioma, que no su lengua materna ni la de
sus audiencias. Es como si la intención comunicativa hubiese sido sustituida
por la melódica sin más. No es bueno ni es malo, pero en muchos casos es más
aburrido.
Perlas
ensangrentadas es un
buen ejemplo de cuanto decimos. Nació con Dinarama en 1983, como parte de su
álbum «Canciones Profanas», cuando ya los Pegamoides habían saltado por los
aires y se había depurado, por fortuna, su espontaneidad más grosera. Era una
canción redonda, cuyo relato se acomodaba perfectamente a la narrativa del vídeo-clip
naciente por entonces, que encumbró para siempre la firma de Carlos Berlanga.
Escribe sobre ella Raúl Alonso: “hay canciones que emocionan sin por ello
querer decir que sean conmovedoras. Simplemente tocan algún hilo imperceptible
que pende de nosotros con conexión directa a lo más hondo de uno mismo, como si
la banda sonora de nuestras vidas formase parte del propio tejido. Perlas
ensangrentadas es
una de ellas”.
Deluxe,
una marca de otra hornada, y Xoel López, un músico de altura parecida a la de
Berlanga, se encaprichó de esa canción, se la apropió para demostrar su
condición perenne y le dio por interpretarla en directo. Hay en ella ya otros
acentos y otros desgarros, pero no deja de ser una interpretación adecuada a
los nuevos tiempos, mucho más severos, bastante menos alegres. Pero no pierde
ni un ápice de energía ni de gusto. Lo mismo que quiso hacer probablemente
Fangoria, otra marca del antiguo linaje, sabedores sus líderes, Alaska y Nacho
Canut, de que no todo había terminado con el supuesto fin de la historia
pregonado por Fukuyama. En este caso la electrónica bailable tampoco desdice
del pentagrama original, por más que algunas actuaciones suyas (como la del
vídeo que acompañamos) se parezcan bastante poco al espíritu que en su día animó
a la pareja y a otros con ella. También ése es el signo de los tiempos, sin
duda.
De
todos modos, nunca está de más volver sobre los himnos gloriosos, sobre todo
sin no tienen tono bélico ni sirven para levantar fronteras. Bastante
necesitados estamos de aquellos aires.
Publicado en genetikarockradio.com, 16 octubre 2014
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