Un
amigo francés, profesor en la Universidad de Tours, me encargó el pasado verano
que le buscase en las librerías leonesas un par de novelas de Juan Goytisolo
que necesitaba para el nuevo curso: Juan sin Tierra y Makbara.
Pero del mismo modo que a él le fue imposible encontrarlas en las librerías
francesas, tampoco la suerte nos sonrió a este lado de la frontera. Y no es que
no apareciesen estos títulos en concreto, es que ni en sus estanterías ni en
sus trastiendas había una sola obra disponible del escritor catalán. Al acudir
a sus bases de datos, me aseguraron que lo único al alcance era una edición de
las obras completas, en tres tomos, bajo el sello de Galaxia Gutenberg.
No
es un autor raro este Goytisolo. No lo son ninguno de los tres hermanos
Goytisolo. Por unas u otras razones, su actualidad no ha dejado de estar viva.
En el caso de Juan, además, sus colaboraciones periodísticas le colocan de
forma habitual en el escaparate de las tribunas de opinión, aunque esto no
parece ser suficiente para alcanzar los escaparates literarios que en otros
tiempos ocupó. Tal vez sea que los profesores de Literatura ya no proponen sus
obras a los alumnos como textos de trabajo, al contrario de lo que al parecer
sucede en Francia, o tal vez ocurra sencillamente que la locura editorial
sepulta con extrema facilidad aun a los dioses de las letras y a otros miembros
que habitaron esas mismas alturas. Tal vez esta ausencia se deba también a las
llamadas crisis o a estos tiempos poscontemporáneos que todo lo transforman o,
sencillamente, lo degluten. No sé.
El
caso es que nos convencen de que vivimos en la época de la comunicación y del
conocimiento y de que todo habita al otro lado de un simple clic, siempre y
cuando nos sometamos a los formatos digitales y dejemos para los nostálgicos el
fetichismo del papel impreso. O quizá vivimos en un engaño dirigido. El también
editor Jaume Vallcorba, fallecido el pasado mes de agosto, recordaba en una
conferencia que “lo infinito de Internet, como cualquier otro infinito material
sin límites, se asemeja peligrosamente al desierto”. En lo que aquí nos ocupa,
el caso de Juan Goytisolo es un síntoma evidente de tal afirmación.
La
poscontemporánea es, sí, una edad desértica. Y como el propio desierto conjuga
las cualidades del calor abrasador y del frío más recio. Hay un calor de
cantidad, de ruido, de profusión, de abundancia y de barullo. Y hay un frío de
soledad, de aislamiento, de vacío, de privación y de alejamiento. La literatura
y sus mercados no son ajenos a esa doble realidad. No negaremos que hay
algarabía, bastante en general, pero tampoco que hay penuria, y no en escasa
medida. Y las redes, ese nuevo mundo, las dirigen tanto el comercio como la
ideología, no cualquier comercio, no cualquier ideología. Su objetivo es la
uniformidad con rasgos plurales, la puerilidad con aspecto de madurez y el
pensamiento monolítico con tintes democráticos. Su reflejo en la vida analógica
residual tampoco se escapa de tales patrones. No desaparecerá el libro impreso,
pero su dimensión se limitará a las leyes mercantiles, no a otras menos
cuantificables, mucho más brumosas, como el simple deseo de los lectores o la
relevancia de las obras literarias. Mientras tanto, los poetas y su público
seguirán de espectáculo en espectáculo, de performance en performance, como
titiriteros, convencidos de su papel redentor. Pero nadie los encontrará en las
librerías.
Publicado en Tam Tam Press, 10 octubre 2014
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