“Bendito
bar, bendito bar, donde aprendimos a esperar a la muchacha de las medias de
cristal…” Así rezaba el estribillo de una de las canciones más insignes de los
insignes Deicidas, y su vocalista, el inabarcable Felipe Zapico, acertaba de
nuevo en la diana de nuestras emociones más elementales. De manera que
orgullosos tienen que estar él y su grupo si han conocido el siguiente dato:
“La provincia de León cuenta hoy con 3.879 bares, 108 más que hace cinco años. Sólo
en la ciudad se contabilizan 1.125 bares y pubs, 149 más que en 2010”.
Hace
un par de años, la Junta de Castilla y León, a instancias de la Federación
Regional de Municipios y Provincias, modificó hasta cuatro leyes a toda prisa
para hacer desaparecer los límites físicos entre establecimientos hosteleros
para la venta de bebidas alcohólicas. El olfato de las administraciones
advirtió por entonces, en pleno desastre colectivo, que el futuro pasaba por
estos negocios, no por otros, y desde luego acertó. El espíritu emprendedor de
la ciudadanía leonesa ha estado a la altura, no hay dudas, y ahí tenemos los
resultados. No hay crisis que nos haga dejar de beber y de esperar a la
muchacha de las medias de cristal. Porque, además de emprender y de darle al
porrón, somos unos románticos empedernidos.
O
tal vez sea que no hay más remedio. Que nunca la administración fue ni será tan
ágil para impulsar otro tipo de tejido productivo, cuyo valor añadido nos
asegure un futuro mejor. Que saben ellos como nadie que con alcohol se olvidan
las penas, aunque acto seguido contraten campañas para que cuidemos la salud y
sigamos produciendo, es decir, abriendo bares. Que el sector de la hostelería
sólo conoce en materia laboral la ley de la piratería y eso sale bastante más
barato que la innovación y el desarrollo. Que somos todos unos manirrotos y que
no merecemos otra cosa por habernos muerto por encima de nuestras
posibilidades. Y que para qué queremos librerías si ya no lee ni dios.
Anda,
Zapico, cántanosla otra vez.
Publicado en La Nueva Crónica, 10 marzo 2015
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