No
otro debería ser el eslogan de las próximas convocatorias electorales: contra
la pobreza, sin más. No será así, ya lo sabemos, porque los unos tratarán de
lucir glorias y los otros, miserias; todo ello mediante mensajes planos y con
muy escasa argumentación. Por eso los anuncios electorales, salvo excepciones,
son prescindibles y se limitan a dos ideas simples: cambio o continuidad.
Sin
embargo, de lo que no debiéramos prescindir es de una realidad cada día más
dura. Hoy sabemos que en España hay varios millones de personas con salarios
por debajo del umbral de la pobreza. Más al detalle: en España hay 1’4 millones
de trabajadores o trabajadoras por cuenta ajena cuya retribución anual es de
menos de 5.000 euros que, distribuidos en doce nóminas mensuales y dos pagas
extras, equivale a un ingreso mensual de 355 euros brutos. Además, 4’2 millones
de asalariados, el 30% del total, tienen una nómina mensual que no alcanza los
950 euros brutos; es decir, una de cada tres personas asalariadas no llega a
ser mileurista. Este nuevo subproletariado no es sino el resultado de la apuesta hecha por las
elites económico-financieras para salir de la crisis con un modelo productivo
basado en la devaluación competitiva de los salarios y la reducción de derechos
laborales.
Pero
hay más y más grave. Sabemos hoy también a través de expertos en salud pública
que el impacto de las penurias económicas en los menores afectará ya a toda su
vida. De modo que podemos ir haciendo cálculos de la catástrofe tomando en
cuenta los datos de UNICEF, según los cuales la
población en riesgo de pobreza ha pasado en nuestro país del 28’2% al 36’3%
entre 2008 y 2012. En suma, podemos dar por hipotecada la salud y las vidas de
la futura sociedad española. Y sumen ustedes, si les queda aliento, lo que
salarios bajos y contratos parciales pueden aportar a la hucha de la Seguridad
Social y comprenderán que muy pronto no nos salvará ni la pensión de los
abuelos. Ésa sí que será una herencia de campeonato.
Publicado en La Nueva Crónica, 7 abril 2015
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