Confundir ocho con ochenta no es
poca confusión, aunque sea una equivocación que se lleve mucho en estos
tiempos. Tanto que nos indica hasta dónde se extiende la peste verbal o hasta
dónde llega la ignorancia o el atrevimiento, que vienen a ser casi semejantes.
Porque el dicho en sí remite a una o más cosas que alguien equipara al
parecerle como sin importancia, por más que el propio Diccionario Usual de la
Academia advierta de que “no deberían ser indiferentes”.
Así que para más precisión nada como
las ciencias. Dice el paleontólogo Marc Furió, y dice bien, que “esta expresión
hace referencia a aquellos que no se molestan en discernir entre diferentes
órdenes de magnitud, bien sea porque tal aproximación no afecta
significativamente al resultado de sus cuentas, bien sea como inevitable
resultado de un trastorno de acalculia severa”. Por ejemplo, sin apartarnos de
la sombra de Furió, hay quien confunde la Paleontología con la Arqueología.
El lenguaje y las costumbres
políticas, así como todo el entorno comunicativo que nos contagia fácilmente,
tienden de por sí a la hipérbole, sobre todo en épocas electorales, lo cual no
es más que el principio para desembocar en el tanto da sin mayor rubor. De hecho, hemos asistido a lo largo de
los últimos meses a un sinfín de ejemplos que lo atestiguan: las tomas de
posesión en municipios y regiones con fórmulas de lo más variopinto, con símbolos
religiosos yendo y viniendo, con vestimentas y aderezos más que opinables, con
invocaciones pintorescas, con rechazo de bandas e insignias e incluso con
ausencias lamentables y nada justificadas. Son sólo formas, es verdad, que en
nada cuestionan los contenidos, pero también deberíamos reconocer que en muchas
expresiones, como sucede en la poesía, somos pura forma. No nos extrañe, pues,
todo el guirigay por los pitos al himno, a Casillas, a Piqué, a lo que sea… Ni
los escándalos por unos tuits
estúpidos y otras demostraciones de virginidad junto a la obsesión por el
delito en el caso de los biempensantes. Ni, por supuesto, el atrevimiento de
quien se declara dispuesta a incumplir la ley y aplica una didáctica más que
peligrosa. Ni, en fin, que el Presidente boliviano le regale al Papa un
crucifijo con forma de hoz y martillo. Todo vale, da igual ocho que ochenta,
porque a la postre dos tópicos lo explican y justifican todo: las líneas rojas
y los cheques en blanco. A ese juego de colores y poco más se limita
habitualmente el discurso político.
Necrópolis de Pintia (Valladolid) |
Lo volveremos a ver muy pronto
puesto que vivimos en campaña electoral permanente. Y habrá materias sobre las
que se hablará sin importar una vez más si son Arqueología o Paleontología. El
empleo, sin ir más lejos, que con toda seguridad se convertirá en comodín
multiusos. Me refiero al empleo de cartón piedra, porque de otro ya no hay.
Cuentan las estadísticas oficiales que la provincia leonesa ha conocido en el
último año un descenso en las cifras de paro registrado espectaculares, pero
nada nuevo se observa a nuestro alrededor que nos confirme adónde ha ido a
parar toda esa mano de obra al parecer recuperada para la vida activa, ni una
gran instalación industrial, ni una gran obra, ni un proyecto laboral de
envergadura. Por eso, ¿qué quiere decir exactamente el Ministro de Guindos
cuando afirma que el Gobierno prevé 600.000 nuevos empleos durante este año?
Nadie lo dude: estamos ante la consumación del disparate al presentar como sano
lo enfermo y como luz el rescoldo de lo que fue. No en vano, España junto a
Grecia lideran el empleo parcial por no haber otra opción, lo cual lo explica
como nadie el Presidente Rajoy haciendo gala de su maestría en el cálculo:
“algunos ciudadanos prefieren trabajar a tiempo parcial porque estos contratos
resuelven muchas cosas”. No está mal el arte del simple, sobre todo cuando son
casi dos millones de trabajadores en España los que declaran no conseguir de
ningún modo un contrato a tiempo completo (un 64’6% de los demandantes de
trabajo).
Ocho u ochenta en el caso del empleo
no es sólo cuestión de cifras absolutas. Hace falta a la par entrar en consideraciones
más cualitativas porque no debiera valernos cualquier tipo de relación laboral
ni cualquier tipo de trabajo. A lo largo de los años de lo que llaman crisis
–esa gran estafa- nada se ha hecho en verdad, salvo iniciativas aisladas de muy
pequeñas empresas, para cambiar el panorama productivo. La provincia de León es
en eso mucho más que elocuente. Por lo tanto, junto a lo parcial hay que tener
en cuenta que no hacemos si no repetir el modelo eterno y frágil de escaso
valor añadido, que volverá a caer de nuevo al más mínimo vaivén incontrolado de
eso que dicen macroeconomía. En suma, no son estampas por las que podamos
presumir con la alegría con la que se expresan ciertos responsables políticos
de aquí y de allá. A no ser que prevean, y eso sí lo tengan bien calculado, que
muy pronto lo del empleo digno y en condiciones se convierta en asunto de
estudio no para arqueólogos, sino para paleontólogos, que queda un poco más a
desmano en la evolución del ser humano. Tiempo al tiempo.
Publicado en Diario de León, 26 julio 2015
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