Antes
de que cualquier obra pública dé comienzo, los operarios colocan unos carteles
de grandes dimensiones para que no pasen desapercibidos, donde se indica la
administración promotora y otros pormenores técnicos, adornados siempre con
escudos, logos y demás farándula publicitaria. Así ocurre en calles,
carreteras, regadíos, redes ferroviarias, restauraciones varias y cuanto se nos
pueda ocurrir. El caso es que, pasado el tiempo, las obras concluyen, los
operarios y las máquinas se retiran y todo vuelve a la normalidad salvo en lo
relativo a los mencionados carteles, que permanecen y permanecen y permanecen…
hasta que el propio tiempo y la erosión los acaban desarmando. Es lo que se
llama desidia.
En
albañilería suele decirse que una obra puede ser juzgada por su remate. Poco
importan los materiales nobles o no, poco importan las pocas o muchas horas
empleadas en la labor, poco importan la apariencia y el efecto más o menos
conseguido. Lo que realmente sobresale es el acabado, los detalles mínimos que
a la postre revelan el interés, la profesionalidad y la estima por el trabajo
bien hecho. En tal sentido, el abandono de toda esa siembra de carteles por la
geografía es, seguramente, mucho más que una muestra de simple negligencia.
La
Ley de Memoria Histórica del año 2007 fue una construcción tardía pero
necesaria. Sin embargo, está claro que adolece así mismo de un mal acabado,
pues ni ella por sí misma ni las legislaciones autonómicas han sido capaces de
concluir debidamente la faena. De ahí los nuevos retoques, las nuevas polémicas
y las eternas cantinelas de los cómplices y devotos de la afrenta. Ha habido
desidias y negligencias, sí, en quienes debieron proyectar, favorecer y
ejecutar la tarea, pero no sólo. También ha habido renuncias y escaso coraje. Y
seguramente exceso de cartelería, de declaraciones y de simples ojeadores de
obra. Se necesitaba un buen albañil, sin más, pero no compareció o se impidió
que ocurriera. Por eso el resultado parece una chapuza.
Publicado en La Nueva Crónica, 9 septiembre 2018
Le aplaudo la pericia en la exposición y el buen hacer en la arquitectura. Buen acabo el del texto, denota devoción por el trabajo bien hecho.
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