Del
mismo modo que las cajetillas de tabaco advierten sobre las consecuencias de su
consumo, otros productos debieran incorporar así mismo sus propias
admoniciones. El recibo de la luz, por ejemplo, habría de indicar que en el
mejor de los casos produce calambre.
Poco
importa que un año llene el agua o no los embalses, que sople el viento o que
haya calma chicha, que se cierren minas o que nos llegue como un castigo el
carbón de importación, nada detiene al hacedor oscuro de esas facturas tóxicas.
Lo último es el precio que se nos repercute por las emisiones contaminantes. El
año pasado fue el déficit hídrico. A saber lo que sobrevendrá en el próximo. El
caso es que, entre dimes y diretes, los precios de la luz siempre acaban por
iluminarse al alza con deslumbrante resplandor. Porque, además, de casi nada
sirve proponerse aligerar el gasto a través de un menor uso de ese bien
necesario, el ahorro será ínfimo pues el grueso del pago se dedica a costes
fijos del contrato, de los impuestos, del productor, del regulador, del
repartidor… y así sucesivamente, hasta un sinfín de beneficiarios
incontrolables, que hacen del recibo un documento en verdad inextricable.
El
extremo de todo este enredo es la pobreza energética. No habría tal, por
supuesto, si no hubiera del lado contrario una riqueza energética, es decir, si
alguien no se enriqueciese de forma abusiva a costa de nuestras necesidades
básicas, llámense calefacción para el invierno o bombillas frente a la
oscuridad. Incluso a costa de todo proceso productivo, lo cual vuelve a
redundar para bien y para mal sobre los mismos bolsillos míseros o afortunados.
Lógicas, en fin, del mercado y del capital. En esos procesos nos discutirán,
claro, los costes laborales, pero no así los del abastecimiento eléctrico. Son
amigos los que obtienen el beneficio en ello y sus sombras son nuestras
sombras: hoy por ti, mañana por mí. Por eso la patronal defiende la libertad de
empresas como Vestas y asegura que han cumplido la legalidad.
Publicado en La Nueva Crónica, 30 septiembre 2018
Y el caso es que a excepción de algunas, como la suya, las cabezas están cada vez menos iluminadas.
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