Si
decíamos hace una semana que la factura de la luz daba calambre, diremos ésta
que el recibo del gas atufa. Las casualidades en materia de precios no existen
y mucho menos aún en determinadas fechas del calendario. Sube la energía de
cara a los meses de invierno, cuando se dispara el consumo doméstico por
razones obvias, lo mismo que suben los carburantes coincidiendo con las
operaciones salida y regreso de cualquier turno de vacaciones. Se podrá
argumentar lo que se quiera y todo valdrá, los buitres son expertos en
retórica, pero nadie podrá evitar la sensación de ser pastoreado al albur de
los depredadores.
De
modo que ahora toca el gas, que nos iba a salvar de los males del carbón y de
las térmicas. Y luego subirá el aire, que ya es propiedad de los dueños de los
molinillos. Y el agua, que lo es de los señores de los pantanos. Y el sol, que
pertenece a los virreyes de las placas de silicio. Y la biomasa, que es moneda
para los predicadores de lo alternativo. Aquí no se salva ni Dios, como decía
Blas de Otero.
Si
bien se piensa, todas esas materias no son realmente de nadie, son bienes
mostrencos, y, en consecuencia, debiera ser la administración del común la que
se encargara de regular su uso, comercio y beneficio, sin olvidar nunca que se
trata de atender a necesidades básicas para la población. Naturalmente, eso, en
estos tiempos, es pura poesía. Pero en tal caso habría que demandar
responsabilidades a las comisiones varias, organismo cientos y entidades
diversas que se constituyen para el debido control del mercado. O determinar
que sobran directamente y firmar su acta de defunción, pues de hecho escasa
vida y poder demuestran frente a la voracidad de los lobbys, de los oligopolios
y de las demás especies de la carroña y de la usura.
Con
todo, lo más bonito es saber que uno forma parte de eso que denominan Tarifa
del Último Recurso, que suena a últimas voluntades o a las diez de últimas,
tanto da. Es la constancia de que no pintamos casi nada en este chollo.
Publicado en La Nueva Crónica, 7 octubre 2018
Sorprendente y clarificador. O sea, que seguimos pagando las facturas mientras escuchamos las canciones de Drexler y las declamaciones de Carmen Del Río Bravo, ¿no?
ResponderEliminarSiempre nos quedará el pueblo, como nuestra valiente y libre amiga Nuria, para encender la estufa de carbón.
Fdo.: Ana Lamia Garol