Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 11 de noviembre de 2018

Romanticismo

     Seguramente no hay mes más propicio para el romanticismo que noviembre. Puede que sea a causa de su colección de hojas muertas; tal vez porque viene precedido de santos y difuntos y porque en tiempos más literarios que el presente se adornaba así mismo con la figura del Tenorio, que aparenta romanticismo, aunque en realidad es pura traición al espíritu originalmente romántico: no hay nada peor que un héroe que se arrepiente ante la perspectiva de los infierno, que es lo que le sucede al personaje de Zorrilla. No así al de Tirso de Molina, que en esos menesteres era mucho más coherente a pesar de situar su peripecia en el siglo XVII.

     En realidad, de aquellos barros provienen muchos de nuestros lodos. ¿O, tratándose del Don Juan, sería mejor decir de aquellos polvos? Lo cierto es que la consagración del individuo y de su libertad incontestable como tal, que es una de las máximas de ese romanticismo decimonónico, cimentaron una línea de pensamiento y una forma de ser que, tras otros episodios históricos intermedios, cobra esplendor en nuestros días. No tanto por lo romántico, género mustio, ni por el personaje referenciado, sustituido por la calabaza, como por el individualismo rampante sin más contemplaciones.

     Más cerca en el tiempo, hemos de reconocer que mucho daño hicieron los hippies y el mayo del 68, otros dos baluartes del mismo individualismo, que para la cultura de las izquierdas supusieron casi su definitiva desorientación. El año que ahora concluye, que ha servido precisamente para la exaltación nostálgica de aquellos dos movimientos, lo ha vuelto a poner de relieve si atendemos a su herencia política. Adorados por la izquierda en virtud de sus supuestos valores contestatarios, nadie mejor que las factorías del pensamiento de derecha supo aprovecharse de su mensaje para elevar a los altares la individualidad frente al colectivo y anular así, poco a poco, toda cohesión social y todo discurso apoyado sobre el común. Por eso gustan los románticos de las ruinas.

Publicado en La Nueva Crónica, 11 noviembre 2018

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