Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 6 de enero de 2019

Volcanes

     Los caminos de la globalización son inescrutables. La casi simultánea erupción, hace unas fechas, de los volcanes Etna en Sicilia y Anak Krakatoa en Indonesia, aparte de sus consecuencias dramáticas, dio lugar también a comentarios pintorescos. Le explicaba un parroquiano a otro en la barra de un bar: “¿Ves? Ya te lo decía yo. Están conectados por abajo”. Y asentía el segundo.

     Pues sí, aunque parezca mentira, hay un magma subterráneo que pugna por salir a la superficie en distintos lugares del mundo. Una masa venenosa que vivía aparentemente dormida en el interior tanto del planeta como de sus habitantes y que va haciéndose notar una vez que la bestia, a la que se creía vencida por la historia, ha despertado de nuevo. Su estallido adopta formas diversas, pero en todos los casos, como si de volcanes verdaderos se tratara, arroja al exterior materiales abrasadores y gases tóxicos. Aunque al contrario que esas grietas físicas en la corteza terrestre, su forma de manifestarse combina a partes iguales la erupción propiamente dicha con el eructo, que son al fin y al cabo dos formas complementarias para expulsar algo no precisamente benigno.

     Esa escoria que viaja de país en país con la lentitud y la constancia de la lava modifica el paisaje hasta hacerlo inhabitable y convierte su atmósfera en un espacio  irrespirable. Tanto da que la tal sustancia tenga aspecto metálico cargado de impurezas como que aparezca encarnada en palabras infames. El efecto es el mismo: daños irreparables. Además, la paradoja entre estos estallidos consiste en que la misma tecnología que trata de prevenir la explosión de los cráteres alimenta por otro lado la potencia y extensión de los regüeldos. Sucede entonces que lo que en un caso asusta en el otro magnetiza. Esto es, el terror sustituido por la dominación y la amenaza suplantada por el narcótico de las redes sociales. Por ello la única prevención frente a semejantes yermos mentales no puede ser otra que la atención, el criterio y el pensamiento.

Publicado en La Nueva Crónica, 6 enero 2019

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