El
caso es que estamos llamados de nuevo a tomar decisiones. La sucesión de
convocatorias electorales es así mismo una reiteración del ejercicio de la
libertad, de cierta libertad. Es decir, aquello que Sartre nos enseñó: “el
hombre [y la mujer] está condenado a ser libre”. Claro que también para el
filósofo esa misma responsabilidad produce angustia en la medida en que nos
damos cuenta de que todo cuanto sucede es consecuencia de nuestras propias
decisiones: “no tenemos excusas detrás de nosotros ni justificaciones detrás de
nosotros”, decía él.
Ahora
bien, en estos momentos precisos, al miedo, la ansiedad, la culpabilidad y la
conciencia sartreanas cabe añadir la desidia, la desorientación y la banalidad
que definen una forma de actuar y de proceder muy diferentes a las propias de
la época y de la cultura existencialistas. O tal vez no tanto, porque releyendo
otros textos del pasado, de un pasado aún más lejano, se encuentran
denominadores comunes que nos explican que tanto no hemos cambiado. Walter
Lippmann, un famoso comentarista político muy amigo de hablar sobre la tensión
entre democracia y libertad en aquellos tiempos complejos, los del entorno de
la Primera Guerra Mundial, sentenciaba que sus contemporáneos sabían “de qué
estaban en contra pero no de qué estaban a favor”. He ahí una máxima que sigue
rigiendo muchos comportamientos y decisiones un siglo después. También en
materia electoral.
Muy
útiles resultan hemerotecas y bibliotecas para conocernos mejor, y más todavía
en estas fechas de ferias del libro y de otras especies anexas. Incluso las
discotecas de la mejor especie se pueden sumar a los discursos de las campañas
y poner melodía a las reflexiones de filósofos y de periodistas. También a las de
candidatos y candidatas cuando las hay, que no suele ser lo más habitual. Lo
cantaba, por ejemplo, Rubén Blades: “Decisiones / cada día. / Alguien pierde,
alguien gana, ¡Ave María! / Decisiones, todo cuesta. / Salgan y hagan sus
apuestas, / ¡ciudadanía!”.
Publicado en La Nueva Crónica, 12 mayo 2019
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