Cuando
Pablo Milanés cantaba “yo pisaré las calles nuevamente…” no pensaba en
nosotros. Tampoco lo hacían Los Cardiacos cuando aconsejaban “vivid en la
calle, no paréis en casa…”. Y mucho menos tenía en cuenta este presente GabrielCelaya al escribir “¡a la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo…”. Ni
somos el Chile del 73 ni estamos en la España del 55 o de los 80.
Sin
embargo, a pesar de que el siglo XX nos parece situado ahora a años luz de
nuestra existencia enferma, cómo no repetir en silencio versos como estos u
otros de parecido signo que hacen de la calle uno de sus ejes centrales. Esas
mismas calles a las que miramos con ansiedad, cuya recuperación imprecisa las
ha convertido en una especie de inalcanzable paraíso cercano. Volver a tomar la
calle es hoy tanto un deseo como una necesidad básica que nos unen casi por
igual a todos los confinados. Y ése, como la superación de la adversidad, es un
objetivo compartido -¡quién lo diría!- por millones de personas en todo el
mundo. Como si la humanidad hubiera encontrado en ello un insospechado lazo
umbilical.
Sucederá,
por supuesto, y pisaremos las calles y viviremos en ellas y lo haremos a
cuerpo, tal y como nos enseña la poesía. Pero también esa misma poesía habrá de
guiarnos en esos nuevos tiempos de la recuperación de espacios públicos para
hacer de ellos unos lugares más amables de lo que fueron, mucho menos agresivos
y, desde luego, consonantes con otros modos de habitarlos. Mirar las calles hoy
desde nuestras ventanas es mirar también un nuevo urbanismo más humano y
acogedor, mucho menos desabrido y antisocial, que nos permita conversar no de
ventana a ventana, sino a la sombra de
los tilos.
Ese
será el momento en que cantaremos juntos al lado de Pablo Guerrero: “a tapar la
calle, que no pase nadie que viva de alguien con cara de loro, que vaya montado
sobre el as de oros (…) a abrir la calle, que pase la gente que viste de
flores, que bebe aguardiente, que va hablando sola y pinta en las paredes”.
Publicado en La Nueva Crónica, 19 abril 2020
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