Para
muchos de nosotros, seres afortunados, lo más cerca que habíamos estado de una
plaga fue gracias a una canción del año 1959 grabada originalmente por el grupo
mejicano Los Teen Tops: “Ahí viene la plaga, / le gusta bailar. / Y cuando está
rockanroleando / es la reina del lugar”.
Éramos
felices ignorando a propósito la amenaza de plagas que, en realidad, nunca han
dejado de asolar a la especie humana. Éramos ingenuos más bien o tal vez
preferíamos no ver directamente el hambre, las guerras y las epidemias, que
considerábamos materias del pasado o cosa de otras latitudes, esas tres plagas
que nunca han desaparecido del paisaje a lo largo de la historia de la
humanidad y a las que nunca hemos logrado vencer. Nos sentíamos a salvo y, como
mucho, lavábamos nuestra conciencia con pequeños gestos altruistas, gritando
¡no a la guerra! y participando en alguna que otra carrera solidaria. Hasta que
vino el monstruo y nos despertó de ese sueño tan plácido.
Ahora
nos sentimos débiles, confusos, sencillamente humanos. A pesar del dolor que
nos rodea, es bueno que así sea, no sólo por este retorno brusco sobre nuestra
condición vulnerable, la que se expresa a través de la enfermedad, sino porque
tal vez ésa sea la vía para reconocernos también, como especie, en nuestros
otros dos males atávicos: el hambre y la guerra. Si, como dicen exageradamente
medios de comunicación y personajes públicos, es en estos momentos terribles
cuando sacamos a la luz lo mejor de nosotros, será ése un comportamiento
insuficiente si no ampliamos el foco sobre todo cuanto amenaza con destruirnos.
Así en lo inmediato como en lo universal.
Con
todo, hay plagas presuntamente amigas que acaban haciéndose en verdad
insoportables. Me refiero a ese aluvión de propuestas de todo tipo que nos
llueven por doquier para ayudarnos a combatir el confinamiento: libros,
películas, juegos, manualidades, balconadas, canciones a tutiplén… No doy
abasto, lo confieso, y empiezo a sentirme fatal. ¿Hay vacuna para esto?
Publicado en La Nueva Crónica, 5 abril 2020
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