Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 10 de marzo de 2019

Campaña

     Fuese la semana y se desvaneció al fin, tras una inmensa mancha violeta, el alboroto del carnaval y la apatía de la ceniza: excesivo lo primero, cada vez más despreciada la segunda. Y, sin embargo, uno y otra se necesitan para ser un ente completo, del mismo modo que no hay verano sin invierno, aunque éste nos resulte particularmente molesto y lo detestemos, ni hay borrachera sin resaca. Así que, ido el antruejo, llegados somos a la cuaresma. Esto es, a la campaña electoral, que, no por casualidad, resulta ser en más de un caso una perfecta combinación de mascarada y reliquia.

     Posiblemente, tal combinación sea el código con el que se expresa ese apostolado y, también con toda probabilidad, saben ciudadanos y ciudadanas que han de descontar esos trucos para obrar con juicio en el acto de votar o de no votar. Sin embargo, no es el truco el problema sino el exceso. A algunos el disfraz les viene por defecto y se les nota. A otros la sobreactuación acaba delatándolos. Por último, en algunas propuestas y discursos electorales no se distingue bien cuánto hay de escoria y cuánto de careta.

     La escoria, de hecho, se lleva bastante más en esta temporada que en otras precedentes y las caretas no disimulan ya casi ningún estilo. Al menos el de los más cenicientos: la caza, la tradición, los toros, los faralaes, las procesiones, el machote y el Anís del Mono componen precisamente el campo semántico de los despojos del pasado y no necesitan ninguna fantochada para identificarse o camuflarse. Es de agradecer.

     La careta, en cambio, que siempre fue una herramienta política para políticos de bajo nivel, anda sobrando últimamente, aunque muchos y muchas de ellos se hayan vestido en esta semana con el color que menos les conviene o que más les evidencia. Un no saber estar ni siquiera, lo cual que a saber cómo será el ser. Por eso tampoco conviene excederse con el maquillaje: se nota y produce asco. Incluso faltaba percha para semejante traje y se acaba haciendo el ridículo. Para no olvidar.

Publicado en La Nueva Crónica, 10 marzo 2019

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