Bastante
mal debe de andar el mundo si hasta Salvini y Espinosa de los Monteros, esos
dos preclaros humanistas, se permiten reñir al Papa en rueda de prensa por su
generosidad con los inmigrantes. Bastante mal, sí, porque incluso el Papa se ve
en la obligación de reñir a su vez a los nuncios por criticarle a sus espaldas.
Cuentan que les advirtió de que su cargo es incompatible con la hostilidad en
Internet contra él y contra la curia romana. Un mundo, pues, que cuestiona hasta
la autoridad del pontífice en la cercanía: desde los embajadores del propio
Vaticano hasta los practicantes de sus públicas virtudes.
Miremos
donde miremos, la supuesta autoridad moral, política o intelectual tiende a la
baja. Mi padre, que era también una autoridad en estas materias, sólo admitía
guía y consejos de los parroquianos del bar o del quiosquero donde compraba el
pan y el periódico. Sin yo darme cuenta, resulta que era un adelantado a su
tiempo. Con la diferencia de que hoy la autoridad no reside ni en bares ni en
quioscos, sino en las charcas de las redes sociales, que, por lo que parece,
son muy del gusto de nuncios y preclaros humanistas. También del vulgo, claro,
que es donde nos encuentran y confunden esos predicadores.
Las
juntas electorales, por ejemplo, también han perdido toda autoridad por estos
pagos, tal y como se deduce del proceder desesperado de los perdedores en el
Ayuntamiento de León. No negaremos aquí que previstos están todo tipo de
recursos, incluso ante el Sacro Colegio Cardenalicio, si el Papa lo tiene a
bien, pero algo huele a podrido en ese laberinto de intereses municipales para
llegar a esos extremos.
Antiguamente,
al menos se consideraba que nada había más feo que reñir a un padre. Y no es
que todos los padres, por serlo, tuvieran razón. Al contrario, había y hay
padres razonable y merecidamente reprobables. Pero la noción de autoridad bien
entendida concordaba con el respeto bien entendido, que es otra de esas
cualidades que tampoco se lleva mucho ahora.
Publicado en La Nueva Crónica, 23 junio 2019
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