Blog de Ignacio Fernández

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domingo, 2 de octubre de 2022

Aliteración

            Aunque la retórica como disciplina sea despreciada en esta edad y permanezca ausente de las comunicaciones donde debiera servir de regla, triunfan sin embargo las figuras retóricas meramente enfáticas o decorativas. Si dijimos que es ésta una edad hiperbólica, diremos ahora que es también aliterativa, si se nos permite calificarla así.

 

            La aliteración es, como sabemos, la repetición de sonidos con fines expresivos. Es decir, una nueva figura retórica, cuyos resultados literarios son más que efectivos. No así en su uso corriente e impetuoso, que es a lo que aquí nos referimos. En el primer caso, ofrece ejemplos tan notables y conocidos como los versos de Garcilaso de la Vega -“en el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba”- o de Rubén Darío -“bajo el ala aleve del leve abanico”-. En el segundo, sólo hay sonido sin significado, estruendo la mayor parte de las veces, un alboroto general que atormenta y que es lo que, a la postre, define este tiempo.

 

            El mensaje es el ruido que llama nuestra atención, desde el sonido del claxon de tractores en una manifestación hasta el redoble de tambores en una procesión intempestiva, ambas cosas muy cercanas en el tiempo y en el espacio desde los que escribo. Pero también, si lo pensamos, la simple amenaza nuclear que resuena como un auténtico estallido. O, en fin, las palabras apenas masticadas a título de insulto por un vicepresidente de nada en un parlamento estilo granja. Cláxones, tambores, amenazas de dementes e insultos de señorito son, entre otras, las aliteraciones de esta época, donde apenas cabe la poesía o la verdadera retórica.

 

            No deja de ser paradójico, pues, este escenario (paradoja: otra figura también muy del ahora), donde los vacíos discursivos o su directa manipulación se llenan de recursos valiosos empleados sin valor pero sí con afán de impacto. Al cabo, es lo único que tienen en común los dos tipos de aliteración: nos impactan emocionalmente, ya sea para bien, ya sea para nuestra desdicha.

 

Publicado en La Nueva Crónica, 2 octubre 2022

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