Cuentan
que uno de los programas más vistos en cualquier cadena televisiva es el que se
encarga de la información meteorológica. Las audiencias se disparan en esos
momentos y sus productores exhiben todo tipo de herramientas visuales para
captar más y más la atención. A su vez, los hombres y mujeres del tiempo, como
actores de una gran superproducción, exhiben maneras y lenguajes que, de
inmediato, se incorporan a nuestro existir. Por último, envueltos en esa gran turbulencia
mediática y en las artes oscuras de la participación teledirigida, los mudos
espectadores añadimos nuestro granito de arena con fotografías, tuits y otros recursos tecnológicos.
En
realidad no es nada nuevo. El refranero, como expresión arcaica de la voz
popular, cuenta con un ancho capítulo de sentencias relacionadas con el devenir
de los meteoros. Y, por su parte, el calendario zaragozano no ha dejado de
tener adeptos a sus informaciones sobre esta materia, por más que poco
científicas, desde mediado el siglo XIX. Todo esto sin necesidad de hacer
referencia a métodos como las cabañuelas,
la marmota u otras fórmulas
curiosas y tradicionales en el arte de la predicción.
Pero
la novedad en estos tiempos es doble: la preocupación por lo que no preocupa en
detrimento de lo que debiera preocupar y la necesidad de certezas sobre el
futuro incierto.
Destacaba
el periodista Miguel Ángel Oliver en una conferencia que en su informativo de
los fines de semana en Cuatro se hacía el seguimiento detallado de audiencia de
todo cuanto en él se relataba y que dos materias, deporte y tiempo, elevaban
los picos de seguimiento sin necesidad de ningún alarde especial. Para el resto
de noticias, no importaba de qué tipo o contenidos, el índice se venía abajo si
exceptuamos el capítulo inicial de titulares. Así pues, la conclusión es fácil
de extraer, al menos por lo que hace a la información televisada, y a nadie
extrañará que esas dos materias ocupen cada vez más un espacio mayor y cobren
incluso una dimensión espectacular. De paso, sin saber lo que fue antes, si el
huevo o la gallina, restamos importancia a lo importante y andamos por la vida
con el mundo dibujado a base de titulares, de goles de la jornada y de un nudo
de isobaras.
Sería
un mundo feliz para el pensamiento neoliberal si no fuera por la zozobra que el
envés de esta evidencia nos descubre. Porque en el fondo, deportes aparte, el
interés por el mapa del tiempo no es otra cosa que el interés por un futuro
calculado, medido en predicciones aritméticas y definido de forma alegre y
vistosa, incluso cuando se anuncian tormentas. Todos quisiéramos en verdad
disponer de una bola de cristal que nos revelara el porvenir con precisión
meteorológica, un anticiclón por aquí, una borrasca por allá, un frente ocluido
por el otro lado y así sucesivamente. Es la necesidad de certezas la que
alimenta el interés por ese mapa del tiempo tan cabal, no ya el anticipo del
paraguas para el día siguiente o el tempero para las labores agrícolas. No se
piense, pues, que es irrelevante este interés de las audiencias. Todo lo
contrario, nos demuestra la naturaleza de la época poscontemporánea tan
necesitada de algún tipo de asidero que nos permita adivinar lo que va a ser de
nosotros. Por desgracia, ese futuro no lo definen ya ni la política ni la
sabiduría académica. Se encargan de ello, como si tal cosa, los hombres y
mujeres del tiempo. Benditos sean.
Publicado en Tam Tam Press, 14 mayo 2014
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