Mientras
pasábamos meses, años debatiendo sobre la pérdida de calidad de nuestra
democracia y tratando de reanimarla de su estado de postración, hete aquí que
lo que nos ha nacido es la plutocracia. Es decir, en medio de la enfermedad y
del desafecto, el demos ha sido
sustituido por el plutos, el
pueblo por la riqueza, y como si tal cosa lo que en origen fue una infección
acabó por mutar en un nuevo sistema de gobierno, donde el poder lo ejercen sin
ningún reparo quienes poseen las fuentes de riqueza.
El
mejor ejemplo de este nuevo modelo es el llamado Consejo Empresarial para la
Competitividad, curiosamente un invento del Presidente Zapatero que ahora, como
parte de una herencia sí deseada, exhibe el Presidente Rajoy. Uno y otro
decidieron que, al margen de todas las organizaciones sociales que articulan la
participación ciudadana en cualquier nivel, incluso al margen de la ninguneada
CEOE, era mejor rodearse de los privilegiados bajo el pretexto de que sobre esa
piedra se reconstruiría el país arruinado. Otro ejemplo pintoresco son los
viajes del Rey, convertido en un agente comercial al servicio no casualmente de
los mismos que se sientan en ese Consejo en cuestión, volando todos en amor y
compañía, cuando el avión se lo permite, hacia ese nuevo El Dorado que son las monarquías corruptas y tiranas del
Oriente.
Por
activa o por pasiva, esa veintena de hombres ricos son el auténtico gobierno
español, tal y como lo ha demostrado uno de ellos al proponer para el futuro
esa fórmula, tan poco democrática como muy conveniente para sus intereses, de
la concentración bipartita. Sucederá así, no hay duda, por más que se demienta.
No podemos olvidar que la plutocracia no se podría sostener sin el aparato
financiero, empresarial, mediático y político que la sirve. Y en toda esa
serie, el elemento político se ha demostrado precisamente como el más servil.
Bastará con que nuestros votos favorezcan esa aritmética para que la
democracia, como Cartago, vuelva a ser destruida.
Publicado en La Nueva Crónica, 20 mayo 2014
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