Vivimos
tiempos de hibridación, mixtura, mejunje y aleaciones varias. Ya apenas si nos
quedan géneros puros. El cancionero, bien compartimentado en origen, es hoy un
baúl revuelto donde todo cabe. A veces con éxito. A nadie extrañe, pues, que
Bunbury se disfrace de José Alfredo Jiménez y que hasta quede bien.
El
caso es que no nos quedan etiquetas. Las mezclas han acabado por disolver el
diccionario, que en la actualidad es un jarabe tan suculento a veces como
empalagoso otras, según se mire. O según se escuche, que es lo que aquí nos
interesa.
Bunbury, en la
prehistoria, resultó ser un joven épico con ansia de trascender. Con sus
colegas de grupo iluminado, cantaba canciones cuyas letras no había quien
entendiera pero sonaban completas y bien cerradas. En cualquier caso, le
merecieron fama y fortuna, lo cual no es poca cosa al precio que está la una y
la otra. Luego, se hizo solitario, peripatético y se vistió de dandy.
Finalmente, México –con x, como le gusta
decir a él- le arrebató y descubrió su alma a medio camino entre el mariachi y
el narco-corrido.
José
Alfredo Jiménez era de otra pasta, aunque seguramente podríamos identificarles
en algunos elementos comunes. Dueño como nadie de las claves de la ranchera y
del corrido, compuso canciones de esas que se dicen para toda la eternidad. De
hecho, muchas de ellas han saltado de voz en voz, de intérprete en intérprete
en cientos de recreaciones y ecos que alcanzan hasta nuestros días. Eso sí, él
no iba de trascendente; el alcohol y la juerga eran todo su mundo, y de ellos
se nutría para inventar historias abrasadoras de sufrir, de sufrir y de sufrir.
No
necesariamente El jinete es la más desoladora, pero reúne todos los tópicos para ser
reconocida como grandioso ejemplo del sentimentalismo mejicano exportado al
resto de la humanidad. Sólo le falta una balasera. La escribió para que Jorge Negrete la lanzase al
universo, por donde todavía anda vagando como el alma en pena de su
protagonista. Probablemente, en una de esas circunvoluciones se la encontró el
bueno de Bunbury mientras daba vueltas alrededor de sí mismo en pos de la pose
perfecta. Y le vino bien. Con ella cerró un concierto magnífico que se editó en
disco en el año 2000 con el título «Pequeño cabaret ambulante». Recomendable
todo él, su remate, esta canción de que hablamos, es la quintaesencia del
cantante aragonés. Lo demás son ganas de chingar.
JOSÉ
ALFREDO JIMÉNEZ: http://www.youtube.com/watch?v=wMDvSaGlPJk&feature=kp
Publicado en genetikarockradio.com, 12 mayo 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario