Hemos
leído noticias inquietantes, pero que son ya el pan de cada día. François
Hollande, a bordo del portaviones Charles de Gaulle, anuncia una inmediata
revisión de los planes para reducir los presupuestos y efectivos de los
ejércitos. Japón aprueba su mayor presupuesto para Defensa, con un aumento del
3’8% sobre 2014. Rusia lo aumenta en un 30%. Y así sucesivamente. Aunque
tampoco debemos ignorar otras informaciones en apariencia menores. En España se
acaba de aprobar la más que severa Ley Orgánica de Protección de la Seguridad
Ciudadana. La Unión Europea se plantea revisar el Tratado de Schengen. Francia
contratará 2.680 personas para luchar contra la yihad y gastará 735 millones en
tres años. Etcétera.
La
sombra de Charlie se cierne sobre todos
nosotros y lo hace vestida con uniforme militar o policial. Es decir: ante un
conflicto, el de los arrabales de París como muestra, de naturaleza básicamente
social o cultural, respondemos en el mismo tono de los fanáticos. No aumentamos
nuestros presupuestos para empleo o educación, sino todo lo contrario. Añadimos
más madera. Y esto es así, entre otras razones, porque los atentados del tipo
de los ocurridos en la capital francesa, además de conmoción, nos crean sentimiento
de culpa, cargan sobre nuestras conciencias la sensación de habernos equivocado
en algo, como si el error habitase en nuestra cultura o en nuestra sociedad (no
lo descartamos) en lugar de en aquellos que hacen del conflicto religioso o
étnico la causa única de sus vidas y de sus muertes. Simplificando, que es lo
que más solemos hacer, nuestro lado político sólo sabe replicar con la firmeza,
con la invocación a la seguridad (como acabarán nombrándose en breve todos los
ministerios del interior o como quiera que se llamen) y con las filas prietas.
En
realidad, por paradójico que parezca, es una expresión de inseguridad, de
desconcierto, de extravío dentro de un contexto desconcertante. Esto no pasaba
antes, nos decimos, mirando hacia las últimas décadas de la edad contemporánea,
cuando los mapas eran bilaterales y todos conocíamos, más o menos, de qué lado
del muro estábamos. Por el contrario, las coordenadas nos sitúan hoy y en el
inmediato futuro en medio del desorden mundial, que será el signo de la nueva
edad. O tal vez no.
Conviene
de vez en cuando escuchar a Vladimir Putin, tan silenciado por estos páramos
nuestros del pensamiento casi único. A veces se le ocurren discursos coherentes
o inquietantes, según se mire. En octubre del año pasado, en Sochi, ante el
Club Valdai, dejó algunas perlas que conviene observar: “No olvidemos, al
analizar la situación actual, las lecciones de la Historia. En primer lugar los
cambios en el orden mundial –y los sucesos que estamos viendo hoy día son
eventos de esta escala- por regla general fueron acompañados, si no por una
guerra global o por choques globales, por una cadena de intensivos conflictos
de carácter local”. Y prosiguió: “Todos sabemos que el mundo ha entrado en una
época de cambios y transformaciones globales, y todos necesitan tener cuidado y
evitar dar pasos sin reflexionar. En los años posteriores a la Guerra Fría, los
participantes en la política mundial han perdido un poco esas cualidades. Ahora
hay que acordarse de ellas. En caso contrario las esperanzas de un desarrollo
pacífico y estable son una peligrosa ilusión, y las actuales conmociones serán
un preludio del colapso del orden mundial”. Cada cual que interprete o entienda
lo que mejor le convenga. Pero quien sienta algo de curiosidad al respecto
encontrará el texto completo en http://blogdelviejotopo.blogspot.com.es/2014/11/el-discurso-de-putin-en-sochi-club.html.
Estas cosas no se cuentan en los telediarios. De ninguna cadena.
Publicado en Tam Tam Press, 14 febrero 2015
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